La noche
del 5 de enero una gran bandera de España surcará los vientos del Golfo Pérsico
mientras el rey padre “saborea la comida española que tanto echa de menos, y
las melodías de la música flamenca. Por un momento se sentirá en España, el
país al que ha dedicado su vida”, nos cuenta la escritora francesa, que conoce
todos los detalles de su situación actual.
POR
LAURENCE DEBRAY
Este 5
de enero de 2024 el rey Juan Carlos cumplirá 86 años. No lo celebrará en el
Palacio de la Zarzuela con toda su familia reunida. Habría sido lo normal para
el viejo monarca que trajo la democracia a su país y un periodo excepcional de
estabilidad y prosperidad. Lo celebrará en cambio al otro lado del mundo, en
Abu Dabi, su residencia desde hace tres años. Tres de sus mejores amigos han
decidido organizarle una gran fiesta con sus más fieles y solidarios
compañeros. Aquellos que le han demostrado su lealtad a pesar de los últimos
escándalos, que lo han apoyado cuando la mayoría le daba la espalda, que lo han
ayudado a financiar su deuda fiscal. Un centenar de personas acudirá a
animarle. Será la primera vez que reciba a tanta gente en su refugio emiratí.
Por supuesto, también estarán sus dos hijas, las infantas Elena y Cristina, que
lo visitan siempre que pueden. A veces, acompañadas de sus hijos. Su presencia
ameniza su monótono aislamiento.
El rey
ha hecho todo lo posible por seguir siendo un padre y un abuelo atento y
cariñoso, hasta el punto de acoger bajo su tutela en Abu Dabi a Felipe, el
primogénito de su hija mayor, para reconducirle por el buen camino y ayudarle a
disfrutar de una nueva vida lejos de miradas indiscretas y cotilleos. Incluso
lo ayudó a encontrar trabajo en la Cop28, que el joven desempeñó con seriedad y
diligencia. A pesar de la distancia, Juan Carlos sigue cuidando de su familia.
Su
esposa Sofía, la pareja real, Felipe y Letizia, y sus dos hijas, Leonor y
Sofía, destacarán por su ausencia. Él sabe que sus obligaciones hacia la Corona
los retienen, que sus funciones oficiales prevalecen sobre las familiares. Nota
con amargura que los lazos personales y afectivos se han debilitado en los
últimos años. Admite de buen grado los errores que cometió en el pasado, los
extravíos por su amor ciego hacia una mujer seductora y ambiciosa, pero no
entiende la fría distancia que lo separa de su hijo, a quien transmitió con
orgullo la Corona. Si se marchó a Abu Dabi fue precisamente para dejarle reinar
con serenidad, para que sus asuntos no repercutieran sobre él. Pero nunca
imaginó tener que abandonar para siempre el Palacio de la Zarzuela, su hogar
desde 1960.
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