Vanity Fair
Ha llegado a un acuerdo mutuo de divorcio con
Alejandro Sanz, estrena casa nueva en Madrid y lanza una plataforma online de
terapia psicológica. Hablamos con Raquel Perera de su pasado en Miami y de los
retos que le depara el nuevo año.
"Nunca he querido que Alejandro me
regale nada, lo único que me importaba era que se reconociera mi trabajo junto
a él y que cuidara de los niños, lo demás es secundario. Han sido momentos
duros, en los que sientes que todo se tambalea, pero también he aprendido mucho
de mí misma”. Estamos en casa de Raquel Perera (Madrid, 45 años), una mujer
que, después de 14 años dedicados “en cuerpo y alma” a formar una familia —y un
negocio— con Alejandro Sanz, comienza una nueva vida en Madrid tras divorciarse
del artista. Instalada en un adosado en la exclusiva urbanización La Finca, con
sus hijos Dylan, de nueve años, y Alma, de seis, que estudian en un colegio de
la capital, Perera mira hacia el futuro con intriga y confianza.
Muchas cosas han cambiado en su vida
últimamente, entre ellas, el paso al frente que ha dado para convertirse en un
personaje público: “En este tiempo con Alejandro me había mantenido,
lógicamente, en un segundo plano porque no sentía que tuviera un mensaje
especial que transmitir. Podría haber ejercido de ‘mujer de’, pero ese papel no
va nada conmigo. Curiosamente, a raíz de la separación, me han enviado muchos
mensajes de apoyo otras mujeres. He usado mi cuenta de Instagram para dar o recibir
consejos e intercambiar experiencias. Se ha creado un canal de comunicación
real y nada frívolo que me parece muy importante explorar. Mi perfil es
bastante inspirador y me identifico bastante con todo lo que publico. Siempre
me ha gustado el mundo de las emociones y del comportamiento humano. Tengo más
de 90.000 seguidores, pero más que el número en sí me interesa la conexión con
las personas”.
Cuando Perera habla mueve las manos como si
fuera una directora de orquesta poniendo en orden sus propias ideas. Su voz
transmite calidez y aplomo, con esa seguridad innata de quien sabe cómo ganarse
la confianza de su interlocutor. Se nota que disfruta contando historias, en
este caso, la suya, imitando las voces de los distintos personajes y buscando
siempre la risa, el contrapunto cómico de la vida que suele aparecer en medio
de los peores momentos. Tras nuestra conversación, me resulta evidente por qué uno
de los cantantes más populares —y deseados— del mundo la eligió para formar una
familia y compartir con ella los entresijos de su negocio. Es, como dirían las
abuelas, una mujer con los pies en la tierra. Alguien directo y franco, un
perfil muy deseable en general y, si eres una estrella rodeada de palmeros y
aduladores, más. Por eso le pido que comience su historia desde el principio,
que cuente cómo fue su camino hacia los brazos del cantante.
"Nací en el madrileño barrio de la
Concepción. Soy la mediana de tres hermanos y estudié en el Montpellier, un
colegio francés de monjas. De pequeña me convencí a mí misma de que venía del
planeta Marte y me habían hecho humana para cumplir una misión en la Tierra,
pero que algún día volvería allí. Luego Alejandro me escribió Mi marciana, para
mí, una de las canciones de amor más bonitas que se han compuesto. Mis padres
son el pilar y el ejemplo de mi vida, llevan casados 50 años y nos han educado
en la honestidad, en dejarnos decidir en libertad. Mi padre es constructor y
aunque nunca pudo estudiar una carrera tiene un máster de la vida, es la
persona más trabajadora que conozco. Mi madre era auxiliar de enfermería hasta
que dejó el trabajo para dedicarse a su familia. He sido algo rebelde, pero, en
el fondo, buena niña. Nunca les di disgustos gordos. Con los chicos siempre me
fue bien, me hacían mucho caso. A veces eso fue un problema en la adolescencia,
porque algunas amigas no me invitaban a las fiestas para que no me los ligara,
cosa que, por otra parte, yo no quería. Nunca me consideré la chica guapa de la
pandilla. He sido y soy algo solitaria, he tenido esa parte introspectiva, me
encanta escribir y siempre llevo una libreta y un boli a mano. Busco la
estabilidad como meta, pero me aburro cuando las cosas simplemente son y ya
está. Soy inquieta por naturaleza”.
Raquel hace un alto en la charla y me ofrece
una tostada con aguacate y atún regada de salsa picante mexicana. Mientras
esperamos a que una empleada nos sirva el aperitivo, le pregunto por su carrera
profesional. “Estudié Psicología precisamente para intentar responder a todas
esas preguntas que bullían en mi interior. En paralelo, empecé a trabajar como
azafata en eventos de bebidas alcohólicas, me gustaba mucho y se me daba muy
bien. Me contrataron como coordinadora de azafatas y luego en una agencia de
comunicación que llevaba el patrocinio de Telefónica para la Fórmula 1 en todo
el mundo. Fueron dos años muy buenos, lo pasé en grande. En ese tiempo tuve
parejas maravillosas, en concreto dos más duraderas, pero no me veía con un
anillo. Rompí mi última relación y me fui a Londres y a Dublín dos años. En
2003, cuando volví a España, llevaba la cuenta de una marca de tabaco y decidí
presentarles un proyecto con el grupo de Leonor Watling, Marlango. Estuve
varios meses de gira con ellos. Ahí hice muy buenos contactos con la agencia de
Rosa Lagarrigue, la mánager del grupo, que también trabajaba con
Alejandro".
"Al cabo de unos meses me llamó Rosa para
ofrecerme un puesto en su organización y yo, aunque no tenía ni idea del mundo
de la música, me metí de cabeza. Me encantan los retos. Estuve un año
trabajando con el resto de los artistas hasta que un día Rosa me pidió que me
encargara de Alejandro”. En 2005 tuvo su primer encuentro con él.