Juan Hernández Inirio |
Señor ministro de cultura, José Antonio
Rodríguez, señor director general del libro y la lectura, Valentín Amaro,
distinguido escritor Tony Raful, intelectuales, académicos, familiares y amigos
del homenajeado
Señoras y señores:
En
noviembre de 2009 se celebró una histórica Feria del Libro en Guaymate,
un marginado municipio de la provincia de La Romana. Aquel ágape cultural fue
amenizado por una incidencia singular que traigo a colación en la solemnidad de
este instante. Quien os dirige la palabra tenía, a la sazón, 18 años de edad,
siendo partícipe del montaje y desarrollo de aquellas jornadas feriales, pero
alguna circunstancia inclemente impidió que atestiguara el acontecimiento que
hoy quiero invocar: la visita a Guaymate de Tony Raful, cuya potencia
intelectual sacudió, de una vez por todas, la soledad de aquellos estudiantes
que soñaran con ser escritores.
Fue
la primera vez que accedí a la obra de Raful, mediante el poemario ¨La ciudad y
sus cantos¨, que el experimentado bardo había publicado a principios de ese
mismo año y que allí se expuso, a propósito de su visita, libro cuyo hálito de
poesía metropolitana embriagó mi conciencia de muchacho provinciano y cuyas
venas urbanas sintetizan todo el derrotero lírico de un trovador exquisito y
audaz, solícito y certero como la misma instantaneidad del ruido en las calles
de Santo Domingo.
Los
episodios de la vida de Raful nos conducen a una lectura reverente de su
grandeza en múltiples facetas. Ha cultivado con pasión y acierto la poesía, la
historiografía, el artículo, amén de su labor magisterial y radial, y todo al compás de un ejercicio
político sin polución de ninguna índole.
Entre
innúmeros reconocimientos que ha recibido, recordamos todos, aún con nitidez,
su merecida coronación como Premio Nacional de Literatura 2014. La contribución
de Tony Raful al horizonte literario criollo, alcanza un grado de majestad,
sobre todo en la poesía, piedra angular de su producción. En su discurso
poético tropezamos con una mixtura de sensaciones a quemarropa, como en el
poema ¨Cónclave de la locura que silba¨:
“Aquí
está el sol propagando la diáfana voz,
la intimidad de los sonidos,
en el espacio estremecido donde la lluvia y
el canto
hacen travesías grávidas
y se trepan a los árboles ataviados de
pájaros y nostalgias¨.
Igualmente
su poética, fundamentalmente orgánica y vertebrada, se tiende de bruces en la superficie
del amor, bajo el sol que tuesta la isla con un fuego carnal. De esto hay
constancia en el poema ¨Canción de luz¨:
¨Mujer
de labios carnívoros y antillanos
honda raíz de la descendencia
martillo racial
absorta piel en un horizonte de blancos
tú eres la compañera
la agonía y el silencio útil de los juegos
nocturnos¨.
El
alto cantar de Tony Raful es una transfiguración enjundiosa del acontecer
dominicano, gris e inesperado, sin que ello oculte la voracidad de la ternura
en cada pentagrama que se escapa de su alma. Las herramientas de Raful son la
simplicidad y la complejidad de lo consuetudinario. El ha expresado que ¨el
tórrido afán humano tiene la plasticidad de lo etéreo, nada permanece sino en
los tejidos del sueño que el poeta toca frágil con el estro, la sutil capa de
lo que intuye en la ecuménica redondez del asombro¨.
¿Cómo palpar la esperanza sin tal convicción de lo onírico?
¿Sobreviviría la realidad textual sin la aparición de un poeta que la
mistifique o la afirme con el nerviosismo de su caligrafía alucinante?
¿Quedaría piedra sobre piedra en la ciudad sin los cantos proféticos de Raful,
que vive para afirmar su Historia y su futuro? En el poema ¨Calle El Conde, el
vidente de la urbe se pone en contacto con la magnificencia del simple espacio,
razón de su voz:
¨Oh calle El Conde,
como tú, embeleso y fortuna,
celaje de feroz dulzura,
como cielo y luna,
como nupcias del alma,
como duende de violeta grávida,
se gestó esta canción,
que en tu voz
navega la ciudad¨.
Raful no comulga con los vates que se encaraman en las nubes. El es un
orador del asfalto y de la estridencia dolorosa de la vida. Cuatro décadas han
pasado, y aún peregrina entre ¨la poesía y el tiempo¨, con los signos de la
insurrección a mano y una espada patriótica sostenida con los labios. El es un
escriba civil por excelencia, con autoridad sobre el destino de su musa, como
en ¨Invocación de la chichigua o papalote¨:
¨Grandes
reflectores ocupan córneas
en la ciudad crecida frente a las aguas.
Un día retornaremos a sus recodos
como viajeros de un memorial de botijas y
besos,
tocaremos sus ruinas
donde se apostan los años más puros
y canjearemos sus adoquines,
los palacios de vientos
donde ella ocupó tronos
sitiales conquistados para su señorío de
emociones¨.
Su retórica le abre los brazos al discurrir
de las pasiones en medio de la multitud. Aborda la cotidianidad con una
conciencia de atalaya, ante un universo forjado en el sinsentido. Tony Raful,
nuestro laureado compatriota, no sólo es la ciudad, sino un rayo indómito en la
inconfundible tradición poética dominicana de todos los tiempos. Su verso es un
espejo franco del presente que se renueva entre las invisibles paredes de esta
ínsula. Un caribeño mar de amor humedece su garganta: un amor como axioma de
vida y como respuesta al hado indescifrable.
Según él, ¨la realidad no constituye un
contexto definido, levita y naufraga, oscila y trastoca; lidiar con ella es
envolvernos en los sauces minados de la imaginación¨. En el orbe intemporal del
escritor, el abrazo del sueño y de la realidad, de la vida y de la muerte, es
inminente a todas horas. La fatalidad se cuela entre los dedos trémulos del
semidiós, y así Raful escribe, en ¨Canto a la paz del mundo¨:
¨
Inasible la rosa del sueño porque el sueño era la vida.
Era lenta la procesión de la muerte.
La urgente fuerza del odio
irremediable instinto
que no nos libra del idioma adolorido de la
muerte¨.
Nos
hallamos ante la inmensidad de un juglar comprometido con su tiempo, su sangre
y su humanidad. Su verbo pictórico camina al compás de su respiración y del
mensaje de su entorno mutante y melancólico. Por ello él afirma que ¨ la
gestión escritural es tarea competitiva de todos los días¨.
La
cadencia mágica de su poesía viene desde el fondo de su juventud. En los
precoces versos de ¨Oda a una hippie¨, fechados en 1969, caminan ya los duendes
del surrealismo:
¨Lo
que te hace libre
son los ojos, avispas del amor.
El canto a colores
Que desplazas en los nidos del viento.
Los dedos sueltos
Sin odiosos anillos
Que marcan como reses.
La flor que nace en tu piel,
El escorpión, la carne sin artificios
O simplemente Love¨.
En
¨Muchacha triste¨, de 1973, el joven cantor juega ya con imágenes esplendentes:
¨Algo
tan hermoso como la luz
Se pasea en el balcón de tus ojos
Donde las pestañas son una referencia de la
tristeza
Y se gestan amapolas con la primavera de tus
cabellos
Y se procura el juguete de tu cuerpo
Y se percibe la soledad de un ángel
distraído por el arpa de los cielos¨.
Un
aeda cuyo entorno pretende saltar las palmas de la muerte, no puede ser
indiferente a la cuestión ontológica del sufrimiento. El poema ¨La luz no muere¨, por ejemplo, en
es una incógnita en torno a sí misma:
¨Venimos
a preguntarle a la muerte
Si estaba cuerda
Cuando cayó sobre ti como avión derribado
Con el animal del fuego
Y sus pezuñas de águila envejecida.
¿Sobre qué triángulo de escarcha
Se abasteció la barbarie
Para dejarte sin vida?
¿Qué corazón de vidrio
Cortó tu humano corazón?
¿Sobre qué bandera se disfrazará el recuerdo
Para sostenerte sin brisa?
Su
expresión, ora como apología de la patria, ora como voz de la introspección o
del amor, nos muestra el firmamento en cueros. El poeta otras veces tiende a
alinear figuras herméticas, consecuente con un vuelo imaginativo que se remonta
a la estrella más alta que cabe en su palabra. Sustenta esta verdad ¨La dorada
mosca del fuego¨, verso titular de su libro de 1988, y de un poema condenado a
la eternidad, del cual cito la estrofa final:
¨La dorada mosca del fuego
Palpa las osamentas
Y se alucina,
Propaga salamandras,
Incendia puestos de mando,
Dota de relámpagos
Los prodigios de la simiente,
Su vastedad milenaria
Donde transmigran las musas
En su castillo de orquídeas,
Nombradoras del papiro
En sus alígeras patas
Que anegan la vida
Transmutan
Y purifican el universo¨.
El
nombre de Tony Raful es inherente a la vocación literaria con compromiso
humano. Su arte alumbra lo que Goethe denominó ¨el alocado y laberíntico curso
de la vida¨. Los comensales de la poesía en Santo Domingo, en América y en el
mundo, hasta el desenlace del tiempo han de inclinar el oído a la inspiración
de tan prominente jinete de las palabras.
Usted,
oh, poeta, ha evocado con orgullo ante la tribuna de la Historia, que su lengua
se la dieron castellana. A nosotros, señor Raful, nuestros corazones nos los
dieron entusiastas para leerlo a usted con fruición, y las palmas de nuestras
manos nos las dieron agradecidas, para aplaudir todo lo que ha hecho por
nuestra literatura y por nuestra República Dominicana.
¡Muchas gracias!
30 de abril, 2014