Por: MARYSE
RENAUD - Areíto. Hoy
Si Cristóbal
Colón, en su cuarto viaje a América, hubiera hecho algo más que hacer aguada en
el pueblo de Carbet, en la costa occidental de Martinica, si no se hubiese
arredrado ante el potencial y pavoroso encuentro con antropófagos y mujeres
belicosas, si hubiese colonizado mi isla-migaja como lo hizo con Santo Domingo,
René y yo habríamos compartido más cosas todavía —me complace imaginarlo—,
reunidos bajo una misma tutela, lingüística y política. Pero pese a este capricho
del destino que me hizo francófona, nos hermana, nos sigue hermanando el amor a
la tierra antillana, a la literatura caribeña que, con su brutal fallecimiento,
a los setenta años, acaba de perder una de sus voces más llenas de frescor y
originalidad. Maldición eterna al devastador covid-19.
René Rodríguez
Soriano, natural de Constanza, de ese Cibao ponderado por su belleza por los
mismos conquistadores, tuvo desde muy joven la pasión de la literatura. Ajeno a
los estereotipos, los convencionalismos legados por una literatura de origen
campesino, impregnada de oralidad, puso todo su afán en la creación de
artefactos verbales sorprendentes, llenos de galanura y discreta vehemencia,
captores del alma de la urbe y la sensibilidad de la clase media en ascenso.
Siempre en tránsito, se abrió toda su vida a los vientos nuevos que le
permitían cuestionar, renovar constantemente su práctica escritural. De ahí la
rica intertextualidad que late en sus textos, los agradecidos y humorísticos
guiños ostensiblemente lanzados a Julio Cortázar en “Todos los juegos el juego”
(1986), por ejemplo, o dirigidos oblicuamente al Faulkner de “El ruido y el
furor”, en su última novela “No les guardo rencor, papá” (2019), o a su amado
compatriota Ramón Lacay Polanco, renovador de la prosa dominicana, así como a
los prestigiosos padres del boom latinoamericano, obsesionados por la figura
del dictador. En suma, René Rodríguez Soriano acogió con fervor a todos
aquellos que aspiraban a hacer de la literatura algo más que un simple gesto mimético.
Rodríguez
Soriano fue autor de poemas, de cuentos esencialmente, chispeantes de metáforas
insólitas, con sabor a infancia y misterio, y de novelas (“Queda la música”,
2003, “El mal del tiempo”, 2007, “No les guardo rencor, papá”, 2019). Uno de sus
cuentos más famosos, “Su nombre, Julia”, se ha convertido en un clásico de la
literatura dominicana. Sus novelas, por su parte, no dejaron de llamar la
atención. Novelas que no lo son realmente, afines al diario, al cuento,
impulsadas en gran parte por la misma coherencia del verbo, del ritmo, de la
musicalidad. Estas suscitaron el asombro y la admiración por su singular fuerza
poética y la flexibilidad falsamente desenvuelta de su estructura: en “El mal
del tiempo” se adelgaza la acción, la trama casi pasa a un segundo término,
mientras que se van creando paisajes mentales, atmósferas cargadas de una
subjetividad desconcertante, casi irreal a veces de tan evanescente. En “No les
guardo rencor, papá”, es la polifonía de las voces —basada en la yuxtaposición
de tres monólogos—, la que fascina e inquieta al mismo tiempo. La intimidad, la
presencia proliferante de las mujeres —mujeres que alcanzan en sus cuentos y
novelas un estatuto arquetípico, universal, fantasmático incluso—, la escritura
desde la memoria, desde la nostalgia, desde la frustración individual, revelan
el nuevo derrotero que se puso a explorar la literatura dominicana del momento.
Con la
generación del ochenta del siglo XX, a la que pertenece René Rodríguez Soriano,
se anuncia el fin de una Era: el aliento épico y el proyecto utópico todavía
perceptibles en la literatura dominicana de la post-dictadura se extinguen. Las
nuevas voces de los años ochenta van emergiendo, imponiéndose, y René Rodríguez
Soriano es una de las más brillantes. Es, para muchos contemporáneos suyos, un
faro.
«La década
tumultuosa que se abrió con la caída de Trujillo y la postdictadura, el golpe
de Estado a Juan Bosch, la sublevación de Manolo Tavares Justo en las Manaclas,
la Guerra Civil de abril de 1965, el gobierno de Joaquín Balaguer, la represión
política que abrió un largo periodo de 12 años, la resistencia urbana, el
foquismo, el desembarco de Caamaño por Caracoles, etc., había ido dejando atrás
una época de épica social y política.» (Miguel Ángel Fornerín, “Para leer a
René Rodríguez Soriano (sin maestro)”, Editorial Santuario, República
Dominicana, Marzo 2017).