Por Daniel Ferreira
Hay varias
verdades y medias verdades y muchas tergiversaciones sobre Harold Alvarado
Tenorio y su obra. Una de esas verdades indiscutibles, es que edita y sufraga
la mejor revista de poesía de Colombia, Arquitrave, de la que han aparecido 58
números con monográficos dedicados a Jaime Gil de Biedma, poesías africanas,
antillanas, portuguesa, versiones de poetas chinos modernos y antiguos y un
catálogo de talentos jóvenes que resulta en conjunto un documento invaluable
para los expertos o los interesados en poesía, esa cenicienta de la literatura
actual. Otra, que es un gran poeta no lo suficientemente conocido ni valorado.
Una de las
medias verdades tiene que ver con sus posturas y opiniones políticas: entre
quienes le acusan de simpatizar con el paramilitarismo, se suele pasar por alto
que el encono de sus declaraciones en contra de la guerrilla de las FARC y su
oposición al proceso de paz, está en que son animadversiones legítimas que
derivan de ser víctima directa tanto de la guerrilla (que secuestró a un
miembro de su familia) y de los propios paramilitares (que asesinaron a su
compañero sentimental y lo desplazaron de su propiedad en Cundinamarca). Tal
vez su afinidad con el déspota Álvaro Uribe Vélez tenga que ver con el hecho de
que el gobierno de este ex presidente fue el encargado de proteger al escritor
durante la época en que su vida estaba amenazada de muerte (no por iniciativa
de presidencia, sino por petición de organizaciones defensoras de los derechos
humanos y del Pen Club Internacional). Por supuesto, no se puede pedir respeto
(de las víctimas) donde no ha habido justicia, siguiendo la observación de uno
de los blancos de sus dardos, el magistrado Carlos Gaviria Díaz. Y sin embargo,
el desconocimiento de que un tratado de paz con la guerrilla es una de las
rutas obligadas para que al menos una generación venidera no viva en medio de
la atrocidad, no significa “entregar el país a las FARC” como él repite, sino
que será la primera fórmula de reconciliación que trace la línea divisoria que
nos permita construir una nueva sociedad donde la violencia no sea la única
forma de exigir justicia ni la muerte una forma de ganarse la vida, ni la fosa
común la única entidad verdaderamente democrática del país. Esta es alguna de
las varias observaciones que se pueden exponer para completar las verdades a
medias entre sus detractores, y para controvertir algunas de las posturas más
radicales de las opiniones de Tenorio.
Entre las
innumerables tergiversaciones subyace la idea de que está en contra de todo el establecimiento
cultural del país. Lo está, pero no de manera parcial. La cultura en la
república del narco, su último libro (editado por Podenco, Panamá, 2015) es una
compilación de notas de prensa publicadas a lo largo de dos décadas que resulta
una radiografía del establecimiento cultural, y un mapa de la inversión de los
recursos públicos y unas biografías no autorizadas de las personalidades que
han determinado el uso de esos recursos en Colombia. Algunas de estas columnas
han sido difundidas a través de la web una y otra vez cada vez que alguno de
los aludidos vuelve a ocupar un lugar de preponderancia en la prensa nacional.
Entre sus blancos están directores de revistas de ventas de artículos
suntuarios (enmascaradas con temas pseudo culturales), coordinadores de
festivales de poesía, directores de bibliotecas, figuras públicas de la escena
bogotana y nacional, ministros de cultura, directivos universitarios, colegas,
periodistas, poetas mal avenidos en burócratas. Su objetivo, expresado desde el
prólogo, es deshilvanar las redes de padrinazgos, el sistema de desangre del
erario público destinado a la cultura por los gobiernos (dineros que han
terminado por nutrir las arcas de la empresa privada y ha privado a los
creadores de arte de obtener un mínimo de participación). Hay varias
tergiversaciones que son omisiones flagrantes. La acusación deliberada de que
Guillermo Páramo Rocha fue “el peor rector de la universidad nacional”
enmascara solo un argumento ad hominen relacionado con los salarios
de los profesores en que Tenorio resultó perjudicado como profesor jubilado,
pero el comentario no resulta suficientemente audaz como para hacer olvidar de
la memoria de quienes hemos sido estudiantes provincianos sin recursos ni
posibilidades de formar un intelecto que durante la rectoría de Guillermo
Páramo Rocha la Universidad Nacional se descentralizó y abrió las puertas a las
sedes nacionales en zonas de periferia abandonadas por la institución central
de educación como la sede Palmira o la sede Leticia, y que solo por ese logro
tal vez la rectoría de Páramo Rocha sea la mejor de todas las que ha habido.
El título
del libro es una ironía que equipara el manejo de la cultura con los métodos
derivados de las camorras: redes de corrupción, redes de preferencias, cargos
inamovibles y un cenáculo de amigos y mercaderes que se han apropiado de la
forma de administrar y legitimar los gastos y que han sacralizado a algunos de
sus contemporáneos como valores intocables del mapa de la cultura. El libro
tiene una apuesta gráfica sorprendente porque a partir de fotografías de
páginas sociales, Staff de prebostes, efemérides de eventos
culturales acaecidos en los últimos 20 años, además de documentos oficiales,
clasificados y desclasificados, capturas de pantalla, páginas internas de
periódicos y portadas de revistas Tenorio va creando un acervo para la
proverbial amnesia nacional, enfermedad endémica que sufrimos todos, y ese
acervo deviene en mapa y diagnóstico para enterarse de quién es quién o
responder a la fórmula retórica de moda que encubre privilegios y demuestra la
ineludible brecha entre clases de una Colombia estratificada: “¿usted no
sabe quién soy yo?”.
Con este
libro de cuasi panfletos tamizados por el tiempo puede saberse quiénes y con
qué métodos se han configurado las glorias y valores y raseros de ponderación
de lo que parecía llamarse (hasta ahora de forma indiscutible) “cultura
nacional”. Otro necesario libro de un artificiero cuyo artefacto panfletario
hace saltar los pies de barro de los santos patrones de la cultura doméstica. http://blogs.elespectador.com/