Rafael Peralta Romero
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Rafael Peralta Romero
La esperanza es lo último que se pierde. Cuando esto ocurre ya cesan los esfuerzos de un náufrago por aferrarse a una tabla de salvación y no piensa el extraviado en la selva que pueda alguien dar con él. Ni cree el cirujano que devolverá con vida un paciente desahuciado.
Una organización política – la de la familia Castillo- ha levantado esta consigna. Y me parece digna y apropiada para la espinosa circunstancia que padece la sociedad dominicana. Vivir en esta zozobra no es lo que merecemos. Aspiramos al retorno de la seguridad y el sosiego.
Merecemos la esperanza de que esa mitad de la población que se alimenta muy mal, pueda cambiar su situación. Para eso merecemos que la producción de alimentos constituya una prioridad real para el gobierno. Que el Ministerio de Agricultura no sea para hacer rico a un ministro y quebrar a los productores.
Merecemos la esperanza de que se detenga el peligroso auge del tráfico de drogas y que no haya más militares, policías, fiscales y otros servidores públicos en ese pernicioso negocio. Esperamos que llegue el fin de los fiscales complacientes con los delincuentes.
Merecemos la esperanza de que la salud del pueblo sea auténtica prioridad, así la gente no seguirá muriendo como el periodista Andrés Acevedo, despachado en una clínica estatal en Los Girasoles porque no había allí instrumental ni fármacos para atenderlo.
Albergamos la esperanza –y lo merecemos- de que un día la inversión en la educación represente un timbre de orgullo para quienes gobiernan, y el penoso nivel de nuestros estudiantes y algunos profesionales resulte una afrenta para esa misma gente.
Vale esperar que quienes trabajan merezcan justa recompensa. Una esperanza es que los obreros cañeros, que tanto dieron para la economía de la nación y aportaron para su retiro, reciban la retribución que les corresponde. Tantos vagos viviendo del Estado y ellos muriendo así...
Nos anima la esperanza –lo merecemos- de que las instituciones públicas dejen de ser manipuladas por los caprichos y frivolidades de un semidiós. Merecemos instituciones fuertes, necesitamos volver a la separación de los poderes y detener al caudillo post moderno que pretende engullirse el espíritu de la democracia.
Por todo esto es que merecemos la esperanza de cambiar lo que hay. Necesitamos detener el despilfarro de los fondos nacionales. Detener el crimen y el robo generalizado. Cambiar por sosiego la intranquilidad que azota a la familia dominicana. Purificar la administración pública. Fumigarla.
Merecemos la esperanza de parar las ambiciones de un grupo que, aunque ebrio de poder y riquezas, maniobra para perpetuarse en el disfrute de los bienes públicos. Merecemos la esperanza de que se imponga la voluntad del pueblo, para que esto cambie de verdad. Lo merecemos.