Todos juntos viven al borde de una cañada, en un espacio que no sobrepasa los 80 metros cuadrados, y casi a la intemperie por la falta de una puerta, entre la humedad y las luchas diarias por sobrevivir. Andreina junto a sus cinco hijos en medio de las precariedades no pierde la esperanza de poder prepararle una cena en Nochebuena.
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Allí, no hay
decoraciones vistosas ni destellos brillantes. Sin embargo, los niños, con su
inocencia, ven los diminutos agujeros en el techo de zinc como si fueran
estrellas parpadeantes, convirtiéndolos en su propia decoración festiva. Lo
cierto es que sólo está el anhelo en sus ojos por un momento de alegría que se
desvanece ante la crudeza de su realidad.
En el corazón de
Chumplun, una barriada de Manoguayabo, en Santo Domingo Oeste, vive la madre de
cinco niños, Andreina de León, de 33 años de edad. Junto a ellos, está su
esposo y padre de sus niños, don Fabio García y los padres de él, Ramona y
Virgilio.
Todos juntos viven al
borde de una cañada, en un espacio que no sobrepasa los 80 metros cuadrados, y
casi a la intemperie por la falta de una puerta, entre la humedad y las luchas
diarias por sobrevivir.
Cuando LISTÍN DIARIO
sorprendió con su visita a la madre, conoció a la mayor de los hermanos,
llamada Nahiolis, de siete años. La niña tenía colocados en una silla de madera
dos panes abiertos en dos partes, a los que le untaba mayonesa. Sus hermanitos
Mabiolholkis, de cinco años, y Fabrizzio, de cuatro, la velaban a la distancia
y al concluir con el aderezo, ella procedió a cerrarlo y partirlo en varios
trozos para cada uno. Desayunaban los tres unidos siendo las 11:00 de la
mañana. Del desayuno de Wilder, de dos años, y Yair, de uno, no se sabía y
mucho menos del resto de los integrantes.
“¿Qué comerán
ustedes?”, le preguntamos, a lo que con rostro de duda, Andreina respondió con
un tartamudeo: “Si les digo qué nosotros vamos a hacer o a cocinar, no te puedo
decir porque no sé, pero lo que aparezca por ahí…”.
Allí, no hay
decoraciones vistosas ni destellos brillantes. Sin embargo, los niños, con su
inocencia, ven los diminutos agujeros en el techo de zinc como si fueran
estrellas parpadeantes, convirtiéndolos en su propia decoración festiva. Lo
cierto es que sólo está el anhelo en sus ojos por un momento de alegría que se
desvanece ante la crudeza de su realidad.
Lo perdieron todo y
ahora no tienen nada para la Nochebuena
Esta escena sucedió en
la única habitación que tiene la casa, donde sobresalía un colchón encima de
cuatro blocks que le fue donado, según comentó.
Esa fue la deprimente
bienvenida a su hogar, donde la sala, la cocina y el baño hechos a base de
palos de madera, cartón y zinc están mezclados entre sí. Además, en la parte de
arriba cuelgan perchas vacías y cubetas para almacenar las gotas de lluvia. La
casa tiene varias paredes de blocks sin empañetar, puesto que don Fabio, con la
plomería, poco a poco, la ha ido erigiendo. Sin embargo, “llueve por detrás y
llueve por delante”, expresó, en referencia a que se entra el agua a la casa.
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