Por
Manu de Ordoñana, Ana Merino y Ane Mayoz
“La intensidad de
vivir es para mí más importante que los logros profesionales”. Ha publicado
muchos libros, ha escrito más, y ha tenido diversos oficios. Elvira Lindo es
una mujer imparable.
Ciertos
acontecimientos de su vida parece que quisieron hacerle llegar la primera a la
meta: una niñez errante, una temprana orfandad de madre, un prematuro
matrimonio, siendo adolescente, y un embarazo precoz.
En lo laboral comenzó
antes de su veintena trabajando como locutora y guionista de radio, y luego
continuó con la enumeración que ella misma hace: “…guionista de tele, guionista
de cine, escritora, columnista, incluso ‘actriz ocasional”. Pero cuando tiene
que definirse en dos palabras, lo hace así: periodista y escritora. Esta
dicotomía la presenta con una diferencia: el periodista debe escribir siguiendo
normas de corrección que no hieran al lector y el escritor debe hacerlo con el
corazón. Asegura que los sentimientos constituyen una vía de escape para
demonios y anhelos personales; lo considera terapéutico en la medida que se
trata de un desahogo.
“Soy consciente de que
no ha sido bueno para mí dispersarme en tantos oficios, porque he acabado
diluyéndome”. Pero sabe que su carácter no le permite ser de otra manera. Es
una persona activa, emprendedora; ahí están sus nuevos proyectos que unen
literatura y música, con el fin de acercar la poesía a los niños…
Prefiere vivir a
perder el tiempo hablando de lo que ya ha hecho. Por eso no le gusta
promocionar sus libros, no ve la necesidad de hacerlo. Aunque a la hora de leer
libros, es consciente de que pierde mucho tiempo —y no puede remediarlo— con
los que no le gustan pero que, por un impulso neurótico, siente que tiene que
terminarlos.
Siendo una niña de
nueve años, descubrió que podía esconderse en el cuarto de sus hermanos a
trazar historias en un cuaderno. Con doce, sus poemas afloraban en la máquina
Olivetti de su padre. De adolescente, sintió una vocación verdadera, escribía
por la noche en el comedor de la casa de sus padres. Así, hasta los diecinueve
cuando comenzó a ganarse la vida en la radio. Reconoce que escribir no es una
tarea fácil. Le resulta complicado contar con precisión lo que uno desea. A su
vez, siente que es arriesgado confesar algo de lo que uno no está muy
satisfecho. Esas ligeras contradicciones que la enfrentan con el mundo y los
fogonazos de felicidad que a veces regala la vida también conforman su
escritura.
Una persona rumiadora
como es ella concibe la escritura como la única manera que conoce de ordenar el
pensamiento. Pero, por encima de todo, cuando escribe cuenta una verdad, aunque
esté encubierta por muchas mentiras. Dice que se despoja de todos los
ornamentos que utilizamos en el trato con los demás para quedar bien, para ser
sociables. En ese momento, escribir se convierte en un consuelo; también en un
vicio y en una manía. Cree que el escritor escribe lo que le apetece o lo que
siente que tiene que hacer.
Opina que la
literatura contiene otra faceta: la de mostrar inseguridades. En su caso no
solo le acompañaron en los inicios. No olvida de aquellos años que tuvo que
defenderse y dar codazos en el mundo literario para hacerse un sitio, para no
sentirse tan sola. Y esto es lo que quisiera evitar en los demás, por eso
siempre que las jóvenes escritoras le piden amparo, intenta ayudarlas.
“Para mí, escribir no
es una actividad pública”. Continuamente le ha acompañado, ha formado parte de
ella. En el libro A corazón abierto muestra la necesidad de plasmar en la
página todo su ser. Aunque lo parezca por el título y por el contenido —sus
padres, su infancia están en él—, no ha querido crear un libro de memorias. Lo
que ha hecho, tras bucear en el archivo familiar, tras observar fotos… es
novelar todo ese material. Admite que siente profundamente su falta de ambición
y su miedo a escribir un libro y que esté en manos de todo el mundo.
El fundamento de su
escritura es la vida cotidiana, porque le parece extraordinaria. Al fin y al
cabo, escribe sobre lo que tiene delante de los ojos, esas pequeñas historias
cercanas a la gente. Además, cree —y sus éxitos lo corroboran— que es para lo
que está más dotada.
“Me gusta capturar un
instante de actividad diaria en la vida de cualquiera, o de ensimismamiento, o
de conversación”. Esto lo hace con la escritura y con la fotografía. Otra
afición suya en la que imagina que hace fotos como postales antiguas, que ya
parecen descoloridas por haber pasado tiempo metidas en un cajón.
“Cuando se trata de
ignorar a otro ser humano, en Nueva York se alcanza la maestría”. Tras vivir
durante muchos años en la urbe neoyorquina se siente a gusto de no formar parte
de esa sociedad, de esa burbuja que ampara y aísla a cada uno de sus
ciudadanos. Noches sin dormir es su libro-diario, dividido entre los meses de
enero a mayo, en los que relata cómo soportó el temporal de frío neoyorquino.
Un diario exige un compromiso de sinceridad y esa sinceridad la dirige al
lector. Pretende y quiere ser honesta consigo misma y con sus lectores. Porque
se siente muy cerca de ellos, se considera una mujer con suerte. Y eso es lo
que ella desea a un escritor, lo que todos anhelan: miles de lectores.
El irse allí a vivir a
Norteamérica le supuso mucho. Por un lado, “Yo era alguien en Madrid, me
saludaban los tenderos, los dueños de los restaurantes habituales, los
camareros”. No es que se creyera importante, simplemente era una persona
popular, por su escritura y porque además piensa que se lo ha ganado día a día.
Es callejera, inquieta, de fácil conversación y como ha nacido con vocación de
clienta fija, es fiel tanto a sus bares como a sus tiendas.
Por otro, le cuesta
desapegarse de los suyos. Afortunadamente tiene mucha facilidad para adecuarse
a las situaciones. Su niñez errante la obligó a desplegar todos sus encantos y
a actuar con astucia para conseguir hacer amigos a los pocos días de llegar a
un colegio.
Esa soltura
caracteriza su escritura junto con el humor, muy presente en su vida y, cómo
no, en su obra. “Puede que de la necesidad de llamar la atención surgiera la
inclinación al humor, que ha sido mi oficio, mi escudo, mi asidero”.
Y con él, Manolito Gafotas,
su inseparable personaje, que habita en su mismo barrio, que posee todas sus
contradicciones, y al que ahora pretende ubicar en el ámbito universitario,
para que lo revolucione, que es lo que sabe hacer. Esa es la clave para que
resulte tan encantador e inolvidable.
Elvira Lindo es una
mujer alegre, entusiasta, agradecida, que se autorretrata con la canción Smile
de Charles Chaplin; sensible, responsable, callejera, inquieta y de fácil
conversación.
Es una persona que
quiere sentirse a gusto allá donde esté y quiere hacérselo sentir a los demás.
Esto es lo que se percibe al leer sus libros. Transmite cercanía y la sensación
de que se la conoce. Generosa, visceral, disfrutona… Para ella cumplir años es
acercarse al final de una vida que se le está haciendo breve. Será porque
emplea el tiempo de la única manera que sabe: escribiendo.