Emelinda
Padilla Faneytt M.Ed. - Plan Lea
La
autora es especialista en Educación, Directora de la Red Explora para el
Desarrollo Educativo (Red-E).
“Hemos hecho lo mejor que hemos podido”, eso
escuchamos decir (y con mucha razón) a los docentes y a las familias cuando se
trata del esfuerzo por mantener a los niños y jóvenes conectados a la vida
escolar, a pesar del distanciamiento obligado por la emergencia sanitaria y el
confinamiento por el Covid19.
Con
los aciertos y desaciertos propios del que se enfrenta por primera vez a lo
desconocido, el año escolar que nos propusimos mantener y llevar al término,
está en su etapa final. La escuela ha demostrado nueva vez ser, antes que todo,
un espacio de relaciones y contención emocional de suma importancia
especialmente para los niños y jóvenes.
Aunque
en este último tramo del año escolar, estamos todavía en los afanes de
exámenes, tareas finales, evaluaciones y demás, me atrevo a asegurar que habría
sido peor para la estabilidad emocional y psicológica de los estudiantes y sus
familias, la desvinculación con la escuela y el sistema de relaciones que ella
genera.
Desde
el enfoque Sistémico, la educación emocional significa ampliar nuestra mirada a
todos aquellos fenómenos que están incidiendo en la vida de nuestros alumnos:
la mirada transgeneracional (antepasados, las raíces), la mirada
intergeneracional (padres e hijos; maestros-alumnos), la mirada intrageneracional
(lealtad a la propia generación y al contexto histórico), la mirada
intrapsíquica (el individuo como sistema físico, emocional, mental, espiritual,
etapa evolutiva).
Este
modelo de educación emocional sistémico es fruto de las aportaciones de diversos
autores de la neurociencia, como Damasio, autores pioneros del nuevo paradigma
de la complejidad y de la teoría de sistemas como Edgar Morin, Humberto
Maturana y especialmente Bert Hellinger con su descubrimiento de los órdenes
que operan en los sistemas humanos y la aplicación de los mismos a la
pedagogía,
Hoy
sabemos que al trabajar con chicos de etapa escolar, la oportunidad más
poderosa es justo ocuparse de su educación emocional y ofrecerles herramientas
necesarias para generar el puente entre las emociones y el pensamiento, y con
ello lograr una adaptación a la realidad escolar.
Cerrar
de forma adecuada este año lectivo, es el reto que debemos asumir y enfrentar
poniendo en marcha estrategias y actividades pertinentes que subsanen la
traumática etapa que vivimos en este tiempo de confinamiento y distanciamiento
físico.
Existen
probadas experiencias que aportan bienestar emocional y psicológico al proceso
de cierre de año de los estudiantes, que ahora debemos adaptar al formato a
distancia que a fuerza nos hemos precisado asumir. Básicamente aquellas en
donde los estudiantes puedan expresarse libremente, comunicando lo que sienten
y han aprendido no solo en términos personales, sino también académicos.
Identificar las mejores experiencias del año escolar, los aprendizajes y
momentos más significativos, reconocer el trabajo de sus maestros y compañeros,
así como el suyo propio. Practicar el agradecimiento, la valoración por el
trabajo en equipo, el esfuerzo y apoyo de los padres y maestros, entre otros.
Celebrar la vida, la salud y las bendiciones recibidas.
“La gente no es como comienza, es como
termina”, decía mi padre. Por lo que cerrar de la mejor manera este tramo,
sentará las bases para el inicio del que viene, el cual se presenta lleno de retos
e incertidumbres. Lo único certero es que faltará todavía un tiempo para volver
a la realidad conocida. Y que para afrontarla necesitaremos alumnos, escuelas y
familias emocionalmente fuertes y unidas. Solo así venceremos, con la ayuda de
Dios.