Texto de Luis M. Chong L.
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El embajador Isaac M. Tsai y miembros de la comunidad taiwanesa
posan frente al monumento en la entrada del Barrio Chino
de Santo Domingo. (Foto cortesía de Julia Ou) |
En la República Dominicana, hay un dicho: “Eso lo saben hasta los chinos de Bonao”, que se usa para referirse a algún hecho que es conocido por todos pero que alguien se empecina en ocultarlo.
Los orígenes de esa interesante frase, según explican los sabidos en la materia, se encuentra en una famosa esquina de la ciudad de Bonao, donde se encontraba el Restaurante Sang Lee Lung, que según la tradición, hasta el mismo Trujillo llegó a pararse, para paladear los sabrosos chicharrones de pollos.
A dicho restaurante, llegaban altos funcionarios durante la época de Trujillo en sus giras desde Santo Domingo hasta la segunda ciudad de importancia, Santiago de los Caballeros. En consecuencia, los dueños se enteraban de muchas primicias que los funcionarios comentaban mientras estaban en el restaurante.
Para evitarse problemas en esos días de incertidumbre, los chinos del local mantenían un firme sigilo acerca de lo escuchado. Por esa razón, cada vez que le preguntaban algo, ellos respondían que no sabían nada. En realidad, lo sabían todo. Por otro lado, el dicho muestra el grado de afinidad que existe entre la presencia china y la identidad dominicana.
La inmigración china a República Dominicana se engloba en un vasto movimiento migratorio, determinado por condiciones económicas de extrema miseria, y un alto conflicto ideológico y político en su país de origen.
Se conoce que una particularidad de estos primeros inmigrantes chinos en la República Dominicana es que llegaban solos. Muchos, mandarían a traer a la esposa, hijos y otros familiares años después cuando mejoraba su condición económica. Otros, optaban por casarse con dominicanas. Generalmente se dedicaban al negocio de lavanderías y restaurantes.
Su presencia en el isleño país data de más de un siglo y medio. Ya en la Guerra de Restauración en 1864, se habla de la participación de un famoso personaje conocido como “Pancho el chino”, cuyo nombre real se desconoce.
A mediados del siglo XIX, Gregorio Riva, que tanto aportó al desarrollo del Cibao, mandó a traer una colonia de chinos desde Cuba para que se dedicasen a la fabricación de ladrillos y cal. Al mismo tiempo formó con ellos una cuadrilla que se dedicó a la construcción de depósitos y almacenes en Samaná, Yuna y Moca.
En 1870, se terminó de construir el Cementerio de Moca, donde participó una cuadrilla de trabajadores chinos. Uno de ellos se casó con una ciudadana de la localidad y formó familia. De esta unión provienen Mercedes y Antera Mota, educadoras dominicanas, nacidas en San Francisco de Macorís, pero residentes en Puerto Plata.
En su autobiografía, Mercedes Mota escribe lo siguiente acerca de su padre: “De país lejano era mi padre. Y nada sé que pueda arrojar luz sobre mi ancestro paterno a no ser los datos administrados por la boca de mis progenitores. Hijo de gente que ejercía la profesión de comercio en una importante ciudad marítima, víctima de rapto por un buque pirata en ocasión de estar bañándose en el mar, vinieron a parar en tierna edad a playas americanas”.
A inicios del siglo XX, surge cierto pesimismo y desdén por la migración asiática, sobre todo porque para el dominicano era muy difícil asimilar las pautas culturales de reserva, austeridad, discreción y trabajo perseverante.
A partir de 1920, empieza a crecer el flujo migratorio y aparecen múltiples documentos de la Secretaría de Agricultura e Inmigración donde se registran solicitudes de ingreso al país por parte de la comunidad china de Kingston, Jamaica. Antes de eso, en Puerto Plata se instalaron varios chinos procedentes de Nueva York en 1918; y según el censo de 1919, en la zona urbana de la capital habían instalados unos 64 chinos.
Con la firma del Tratado de Amistad y Comercio entre la República de China y la República Dominicana en 1931, se acordó modificar la Ley de Migración de 1912, que contenía requisitos exigentes que debían llenar los ciudadanos chinos para ingresar al país.
Las relaciones formales entre la República Dominicana y la República de China datan de 1940, cuando se firmó un Tratado de Buena Voluntad entre los dos países. En 1943, el Ministro Consejero de la República de China en Cuba fue designado como Ministro Consejero ante la República Dominicana, presentando formalmente sus cartas credenciales al Gobierno dominicano. Un par de años después, en 1945, se inauguró una filial del Kuomintang o Partido Nacionalista de China en Santo Domingo.
El fin de la Segunda Guerra Mundial y el inicio de la Guerra Fría se traducen en un afianzamiento de los vínculos entre los dos países. Durante el Mandato del presidente Rafael Leónidas Trujillo Molina, se solidificaron las relaciones entre las dos naciones dado el común ideario anti-comunista que profesaban los dos Gobiernos.
Durante la Administración del presidente Joaquín Antonio Balaguer Ricardo, se iniciaron los proyectos de cooperación técnica entre los dos países, destacándose particularmente aquéllos en el área agropecuaria.
En épocas más recientes, los dos países han suscrito una serie de acuerdos bilaterales, donde destacan los siguientes: el Convenio Especial de Cultura (1975); Convenio de Colaboración en Agricultura y Tecnología (1963); Convenio de Intercambio Deportivo (2005); Convenio de Colaboración Tecnológica y para Proyectos de Desarrollo para generar Electricidad a partir de hidroeléctricas (1982); Tratado de Repatriación (1990); Convenio de Asistencia Tecnológica para la Pequeña y Mediana Empresa (1998); y Convenio de Intercambio de Medios de Comunicación (1998).
Cierto escritor dominicano manifestó en cierta ocasión que “los dominicanos no seríamos lo que somos sin los chinos, porque en este país se come arroz y plátano casi tres veces por día, representan el alma nacional”. Justifica su entredicho señalando que de China llegaron a la República Dominicana el mango, la caña de azúcar, el arroz, la naranja, el plátano, el limón, el jengibre, el pepino, la soya y el anís.
Si un dominicano llega a las 10 de la noche sin haber probado arroz y/o plátano, sentirá y dirá que no ha comido, aunque se haya hartado hasta la saciedad con abundante comida. Así, este autor dominicano concluye diciendo que “algo de chino llevamos por dentro, y eso lo saben hasta los chinos de Bonao. Así somos, somos así…”