AUTOR Guillermo
Moreno
abogado y político. Presidente de Alianza País.
Lo cierto es que estamos atrapados y entrampados en una ficción democrática tras la que se oculta una dictadura de élites y de mafias políticas y económicas que gobiernan revestidas de una falsa legalidad y legitimidad.
SANTO DOMINGO - Diario
Libre.- Montar un “proyecto presidencial” requiere, en el actual sistema
político-electoral dominicano, cumplir con unos rituales inexcusables:
abundante publicidad en radio y televisión; prolífica difusión por las redes;
anuncios permanentes en periódicos impresos; movilizar de forma constante a
seguidores; difundir periódicamente encuestas de posicionamiento; llenar
avenidas y autopistas de vallas; proliferación de afiches; distribución de
volantes, entre muchas otras más.
El hecho es que los
llamados “mayoritarios”, poseedores de inmensas cantidades de recursos, se
apropian muy temprano de todos los espacios de promoción y hacen uso de ellos
sin límite ni control y apabullan y dejan fuera de competencia a toda propuesta
alternativa y emergente.
A esto se agrega,
el operativo del día de las elecciones. Los partidos dominantes disponen de un
verdadero ejército electoral integrado por delegados y suplentes, coordinadores
de recinto, responsables de la logística, animadores para comprar cédulas y
votos en los alrededores de los colegios electorales para lo que disponen de
importantes sumas de dinero.
Los responsables de
hacer respetar la ley electoral se han mostrado incapaces de detener y
perseguir estas infracciones graves. La inseguridad electoral llega al extremo
de que, a pesar del colegio tener autoridades que deben garantizar el respeto del
voto ciudadano, es práctica común que en muchos colegios, se repartan los votos
de los partidos que no tienen delegados, con la evidente complicidad de los
funcionarios electorales del colegio.
Se trata, el
nuestro, de un sistema político-electoral dominado por una oligarquía
partidaria que por su presencia durante décadas en el control del aparato del
Estado y los recursos que maneja en el proceso electoral, se ha garantizado una
posición dominante, desde la cual, elecciones tras elecciones, se reproduce a sí
misma.
En un sistema
político-electoral con el nivel de inequidad del nuestro, al margen de la
propuesta, no es competitivo quien no cuente con el nivel de recursos que
manejan los partidos dominantes.
Ahora bien ¿de
dónde proviene este caudal de dinero de los partidos dominantes? Lo único que
se conoce con certeza es el origen de los recursos que aporta el Estado, que
los distribuye de forma inequitativa. Sobre el resto del dinero no hay ningún
tipo de control pero es sabido que proviene de grupos corporativos que hacen
“inversión” política para asegurarse favores del nuevo gobierno, de corruptos
que necesitan impunidad y del narcotráfico que requiere de protección.
Quien se resiste a
someterse a esa lógica está obligado a plantearse cómo transformar este sistema
político que ni es democrático ni representativo, sino más bien plutocrático,
inequitativo, clientelar y corrupto
Algunos ilusos
recomiendan sentarse a esperar pues, en su pensar, el sistema político, por sí
mismo tiene una tendencia a la evolución positiva. La verdad es que después de
varias experiencias electorales puedo afirmar que este modelo, en el país, solo
evoluciona para empeorar. Cada vez es peor la calidad de la democracia, se
profundiza la crisis de representatividad, el órgano electoral está cada vez
más sometido al oficialismo, en las campañas electorales es cada vez más
determinante el peso del dinero y cada vez parece importar menos si su origen
es ilícito.