Mamita llegó el Obispo/ llegó el Obispo de Roma/ Mamita si usted lo viera/ qué cosa linda qué cosa mona". Así arrancaba la jornada, verdadero toque de queda entre la audiencia radiofónica nacional en los años 50. "El rey del disparate, el archipámpano de la carcajada". En la HIZ de Frank Hatton y luego en La Voz de la Alegría de su propiedad, en Villa Duarte, don Paco Escribano, Paquita, brindaba su memorable sesión humorística diaria que rompía la rígida monotonía durante la monocorde dictadura. Fijada en el dial en el meridiano soporífero de un trópico caliente y vaporoso, durante la "Era Gloriosa", cuando la siesta boquiabierta mandaba tanto como Trujillo, justo a la 1:30 este Escribano entrañable disparaba el despertador vespertino.
Desplegaba su cuadro de bembeteo con el auxilio del español Valentín González Rionda, con alusiones constantes al Mulo, uno de sus músicos "bien dotado" contrapunto focal de los comentarios, el respaldo musical de Raposo y su Combo con la voz del cantante Frank Cruz -quienes en 1964 formarían parte de Félix del Rosario y sus Magos del Ritmo. El espacio daba paso a las novedades referidas por Secundina, la Negra China, la chismosa de la esquina, quien aportaba lo "más saliente de la capital" que contaba el propio Escribano en interlocución con Rionda. Era el esperado segmento La Chismosa, que al igual que Carnet Social y la Bola de Cristal, organizaba comentarios, parodias musicales, denuncias a veces temerarias y runruneo urbano, en una mezcla picante de libreto e improvisación de este mago del repentismo.
"Para la guataca" (la oreja), decía don Paco al Mulo, empleando un cubanismo. "Que en tu casa comen harina/ y un día al año comen gallina". Denuncias barriales y consultas sentimentales a don Paco. Inquilinas morosas residentes en la Esquina Caliente. Locutores que cobran anuncios a nombre de emisoras sin reportarlos o anuncian en guagüitas sin tener carnet. Cuernos que pega una comadre con el marido de la otra comadre -don Paco recomienda una paliza. Mariconeo con los músicos. "Qué tú vives con un chino. ¿Quién, yo don Paco?", responde el Mulo: "Paco no soy yo, es Chiripa que vive". Ama de casa atrapa al jardinero "jardineando a la criada". Receta de Langosta a la Macorisana, "la tierra del bulgao, el lambí y los cangrejos". Plaga de moscas por el Hipódromo: "Sanidad, ¿qué es esto?". Chismes: "Las maestras de escuela tienen derecho a tener amores. Lo que está mal es que fulanita se vaya al control de guaguas y detrás del quiosquito se ponga a comer frito, con el muchachito".
Esta Chismosa tiene estirpe cubana. Desde 1941 Rita Montaner -la gran diva del teatro, la radio, la zarzuela y el cine de la Isla Fascinante- asumió en la Corte Suprema del Arte que se transmitía por CMQ Radio el rol cómico de La Chismosa. Mediante el cual denunciaba a funcionarios y destilaba crítica social a través de salpimentadas "morcillas". Como cierre a cada edición la Montaner cantaba el estribillo de una guaracha homónima de Juan Bruno Tarraza estrenada por ella, que rezaba así: "Mejor que me calle, / que no diga nada/ que lo que tú sabes/ yo también lo sé".
Rafael Tavárez Labrador (Santiago de los Caballeros, 1917-Puerto Rico, 1960) adoptó el nombre artístico de Paquita Escribano, una cupletera zaragozana a la que admiraba e imitaba cuando se inició en su carrera. Travestido, elevado sobre tacones blancos o charolados, vestido con vistosos trajes de vuelos y encajes, castañuelas en mano que repicaba con destreza y rostro pintarrajado, dominando los escenarios teatrales donde presentaba sus revistas de variedades con lleno de público. Aviado con mantilla, peineta sevillana, abanico, cantaba, bailaba con gracia cañí, esta regordeta Paquita caribeña, con su cara de manzana grande, sus finos labios pintados y los cachetes llenos de colorete. Pasodobles como Baldomero tuerce botas que cantaba Juan Legido con los Churumbeles de España: "Baldomero tuerce botas/es enano y zapatero, /más con una cabezota/del tamaño de un brasero".
A mí me encantaba su actuación, llevado de la mano por mis tíos maternos a los teatros de la José Trujillo Valdez: Julia, Max y Diana, en Villa Francisca (barrio que amó Escribano como atestigua Marció Veloz Maggiolo en excelente nota de nostalgia). O al emblemático Independencia o al Capitolio frente a la Catedral. Hasta al viejo Paramount de San Carlos llegó Paquita con su coquetería andaluza. Entre espectáculo humorístico y toque grotesca, tuvimos por anticipado nuestr@ virtuos@ chic@ Almodóvar.
"El Obispo no come queso/ El Obispo no come pan/ Pero a las doce de la noche/ el Obispo come lo que le dan". Y uno, entonces escolar de colegio católico que acudía a misa dominical en la Catedral, no podía dejar de imaginarse al Obispo en la sacristía, ante la oferta beata de queso y pan, rechazándola en observancia a votos de ayuno. Y pensaba en monseñor Ricardo Pittini, tan flaco él, ciego y esquelético, templario penitente, quien se auto flagelaba, con sus infaltables gafas oscuras. Cariñoso con los niños que pedíamos su bendición. Pero, qué va gallo, a las doce de la noche -decía la cancioncita-, vencido ante tanta continencia virtuosa, "el Obispo come lo que le dan". Y me venía a la mente la figura de monseñor Beras, buenazo y rellenito, quien debía compensar tanta desapetencia del santo Pittini. Un salesiano italiano que hizo mucho bien, manejándose con Trujillo, buscándole la vuelta a la bestia, como buen siervo del Señor entrenado en exorcismo. Que sembró obras educativas y vocacionales en el país.
"Debajo de la sotana/ lleva un muñeco de goma/ Ay mamita si usted lo viera/ Qué cosa linda qué cosa mona". Cuando llegaba esa parte del reguilete musical de don Paco, la imagen que me asaltaba era otra. Venían a mí tantas historias de curas machos, potros preñadores, varones cabríos desbocados, padrotes anónimos. Historias que escuchaba en mi propia familia, no liberada de esa impronta discreta de la resurrección de la carne descarriada, de la sublevación de los castos preceptos, para dar paso al deseo, ese demoníaco y terco manipulador que nos seduce, descarnado, que nos abate y arrastra hasta remontar el clímax divino. ¡Oh, Dios!, diría un querido amigo, iniciado en ritual erótico bajo capilla ardiente, con fondo de salmos y cánticos de avemarías. Admirador, por demás de Escribano, a quien dedicó merecido ensayo.
"Mejor que me calle/ y no diga nada/ que lo que tú sabes/ es lo que yo sé/ Que a Secundina, la Negra China…"
Así como La Chismosa nació en Cuba, la plena Mamita llegó el Obispo surgió en Borinquén, grabada en 1927 por Manuel Canario Jiménez, con texto satírico irreverente. Describe la llegada de un Obispo que "tiene los ojos azules/la cara muy coquetona", que provoca rabia entre los hombres y revuelo entre las mujeres que "se han vuelto todas devotas". Francés R. Aparicio relata que esta plena adquirió vuelo político en 1952, cuando el Obispo de Ponce, el irlandés James MacManus, se opuso abiertamente a la reelección de Muñoz Marín alegando que mantenía relaciones extramaritales. El Partido Popular Democrático relanzó entonces la vieja plena difundiéndola por la radio en toda la isla, alcanzando así una votación récord. Históricamente esta confrontación MacManus-Muñoz duró más de una década, con capítulos increíbles.
Entre las comedias picarescas que montó don Paco se citan en sus fichas biográficas Pin-pan, fuego, Una viuda sin sostén, El mechón de Tongolele, Yo soy Filomeno, Para darle gusto al pico y Aquí está Migdalia. La última obra teatral a la que asistí, llevado por mi tío Bienvenido Pichardo Sardá, fue Cero Invasión, escenificada en 1959, alusiva a la expedición de Junio, de final grotesco. Narra la historia verídica de un "barbudo" cansado y hambriento que se acercó a un bohío. Acogido por su dueña, una campesina regordeta actuada por Escribano, el insurgente entra en confianza y se sienta a la mesa, a esperar los alimentos que la anfitriona le prepara. Aprovechando un descuido, la campesina, quien pilaba el arroz, le ataca por detrás golpeándole con el mazo, matándolo en el acto. Tras esta escena, se dirige hacia el público y proclama su lealtad a Trujillo, remachando a viva voz: "cero invasión".
A finales de la década del 50 don Paco instaló en mi barrio una fonda en la 30 de Marzo esquina Duvergé, frente al temible SIM de Johnny Abbes, a pocos pasos de Del Río Motors, concesionaria de la Ford y del hogar de Joaquín Custals, dueño de La Voz del Trópico. Sobre la entrada de la Posada El Caballito colgaba una hermosa pieza de Carrusel, de esas que hacían las delicias infantiles cuando se montaba un Coney Island en la capital. Allí acudía con frecuencia por encargo de mi madre Fefita, a comprar raciones del mondongo que don Paco preparaba personalmente en su laboratorio culinario y que a ella encantaba. Con mandil puesto, sus camisones de seda rameada estampada, sudoroso por el vapor de los fogones y las ollas, con el pelo brilloso y el rostro enrojecido, siempre amable, era un privilegio intercambiar palabras con este ícono de las artes populares, en su ambiente de olores culinarios.
Yo mozalbete con once años y él todo un personaje consagrado que andaba en los 40. Mientras salía el servicio de mondongo -"Mi hijo, le falta unos minutos, siéntate y espera", me decía espontáneo mientras se asomaba a la calle para refrescarse del calor de la cocina. Yo picaba algún fritico verde -"Toma, mi hijo, para que te entretengas". A veces incursionaba junto a los muchachos del barrio, a comer carnitas, longaniza, empanaditas de catibía, bollitos de yuca rellenos. Lástima que todavía los caldos mayores -en los que Labrador era maestro- no figuraran en nuestra apetencia ambulatoria. Un sancocho, un caldo de gallina o una buena sopa de pescado los hallábamos en la mesa del hogar. Ojalá haber disfrutado más el sabor de este gran cocinero que fue don Paco, fallecido apenas a los 43. Este verdadero Obispo del humor y la carcajada. Un fecundo Labrador. Amén.