Snayder Santana
Históricamente
hemos visto que los movimientos sociales, espontáneos o no, desembocan siempre
en consecuencias políticas. Dada la misma dinámica social dichos movimientos
pueden encaminarse por senderos que en ocasiones los propios actores y sujetos
del proceso social no han previsto.
Cuando se
produce una ruptura en la hegemonía del poder político en un país algo debe
ocurrir y, ante esa situación se encuentra nuestra sociedad hoy, que aunque en
sentido general estamos de acuerdo con la consigna levantada por la Marcha
Verde sobre el fin de la corrupción y la impunidad, cuando hablamos de la
renuncia del presidente de la República, entonces, justo en ese punto es donde
se fracciona la opinión y la visión de unos y otros dentro de la lucha.
Volviendo a la
idea del primer párrafo, sobre el derrotero de los movimientos sociales,
podemos aportar dos procesos locales de magnitudes y consecuencia diferentes,
el movimiento que se gestó en 1963 por la vuelta a la constitucionalidad luego
del golpe de Estado a Bosch. Este proceso tuvo su desembocadura en la
revolución de abril del 65 y la intervención yanqui del mismo año. El alegado
fraude por parte del presidente Balaguer y su Junta Central de 1994 contra el
doctor Peña Gómez desató un proceso político de presión nacional que generó un
acuerdo inconstitucional entre las cúpulas políticas que desembocó en cortar un
periodo presidencial a dos años y celebrar nuevas elecciones que parieron la
llegada al poder del PLD en el 1996.
Balaguer
obviamente no renunció, pero fue recortado su período mediante una negociación
política y eso cambió el curso de la política nacional hasta hoy. Peña, que
justamente encabezó ese proceso del 94 no previo eso, como quizás no previeron
los del 63 la invasión yanqui. Con esto destacar que los movimientos sociales
pueden ser impredecibles y pueden ir mas allá de donde se les concibió y desde
donde se les forjó, la lucha adquiere cuerpo y éste se da forma según el
momentum político y la efervescencia social.
La Constitución
de la República contempla la sucesión presidencial por falta definitiva.
Previendo que el ser humano es finito el legislador contempla la posible falta
del Presidente y establece un protocolo, y el artículo 132 de la misma
Constitución contempla la renuncia del Presidente y su único requisito es que
sea ante la Asamblea Nacional. El problema con esto es cultural y es de egos político,
puesto que no existe en la memoria política nacional que los presidentes
renuncien, lo presidentes desde las juntas de vecinos, pasando por los partidos
políticos donde los presidentes son eternos, hasta llegar a la Presidencia de
la República aquí nadie renuncia, hay que sacarlos.
La Marcha Verde
como expresión de sectores de las capas medias de la sociedad se encuentra ante
una encrucijada, dado que la dirigencia de la marcha ha luchado por meses
contra el llamado a pedir la renuncia del Presidente, lo cual entienden es una
locura, un tremendismo, no es político y otros alegan no es el momento para eso
cual si hubiera todo un calendario astrológico que marca el curso de la lucha o
un oráculo que traza los tiempos de la acción.
Otros actores de
grupos dentro y fuera de la marcha entienden correcto el llamado y ven
conservadurismo en quienes creen que no, estos últimos presionan para que la
lucha se torne mas frontal, más agresiva y más política, mientras la Marcha
Verde, que es en esencia clase media, gira hacia los barrios buscando el apoyo
de lo popular, de ese ingrediente del barrio que pudiera engrosar las fuerzas
del movimiento y darle consistencia y permanencia allí donde los más vulnerables,
que son la mayoría del pueblo.
¿Por qué se
desliga la Marcha Verde del llamado a renuncia del Presidente? ¿Podríamos
tildar esto de una actitud conservadora? Quizás, pero partiendo de la
conformación social del núcleo de este movimiento que es: profesionales de
clase media, dirigentes medios de partidos, ex diputados, jóvenes de ONG, se
complica el juego dado que mucho de estos no accionarán si esto implica romper
el estatus quo del que son parte. Una cosa es luchar los domingos pacíficamente
como procesión de Semana Santa por el fin de la impunidad y otra es plantearse
una lucha que dé al traste con el sistema, o por lo menos con el desplazamiento
del poder del PLD, lo que implica subversión y desestabilización.
Plantearse la
posibilidad de algo así hoy provocaría una implosión hacia el núcleo de este
movimiento. Sus actores lo saben, por eso han salido a desmentir todo lo que
huela a subversión del orden, pues hasta
cierto punto se jugarían su estatus social que en alguna medida es fruto de los
gobiernos del PLD, pues muchos son parte de la movilidad social que se produjo
a partir de 1996. Es la lucha porque el sistema se recicle, se readecúe y ellos
mismos acojan el fin de la corrupción, una especie de revisionismo moderno,
pero nuestros amigos los puros seguirán rehuyendo al enfrentamiento y esto es
una cuestión de clase.
Pero como
dijimos al principio, una vez arranca un movimiento su curso final y sus
consecuencias no las determina un petit comité, sino las masas… (elgrillo.do)