Por JUAN T H
Más de cien mil hombres uniformados y armados salieron a
las calles a perseguir y matar a un supuesto delincuente. Sin embargo, nadie ha
salido a buscar a los senadores, diputados y funcionarios que aceptaron soborno
por 92 millones de dólares de Odebrecht, sin contar los de las plantas
eléctricas sobrevaluadas en más de mil millones de dólares, ni de los 3.5
millones por la compra de los aviones Súper Tucano.
A esos nadie los busca. Esos están reguardados por
generales, jueces, abogados y periodistas. Un manto de impunidad los protege.
¡El que roba un peso es un ladrón, el que roba un millón
es un señor!
Es la primera vez, que recuerde, que un presidente de la
República convoca a los organismos de seguridad para ordenarle, según la
Policía, que atraparan a John Percival -¡vivo o muerto!- que recientemente había asaltado una sucursal del Banco Popular en
Plaza Lama.
Horas después, lo que esos mismos “organismos de
seguridad” no habían logrado en más de un año, lo hicieron a la velocidad del
relámpago, en dos o tres horas,
ejecutándolo sumariamente en la habitación de un motel en la ciudad de
Bonao, para así terminar con un circo de sangre mediático que coloca al
presidente Danilo Medina como el súper héroe protagonista de la película que siempre aparece en el momento
oportuno para salvar “Ciudad Gótica” o cualquier otra del holocausto.
-¿Y ahora, quién podrá defendernos? Pareció preguntarse
la población después del robo armado en una plaza pública- ¡Yo, el Chapulín
Colorao!
¿Debe intervenir el presidente de la República en la
captura de alguien acusado de cometer un delito o un crimen de la naturaleza
que sea en un país democrático donde se supone existe un Estado de derechos?
¿Acaso no es función de la Policía proteger vidas y propiedades? ¿Acaso no es
la garante del orden público? ¿No son los jueces los que determinan la
inocencia o culpabilidad de los imputados? ¿Había que “ejecutar”, como dice el
patólogo Sergio Sarita Valdez, a John Percival y luego de contaminar la escena del crimen, exhibir como un trofeo su cuerpo desnudo,
ensangrentado y acribillado a balazos? ¿Era
eso necesario? ¡Qué horror! ¡Qué país!
Las fotos de Percival bañado en su propia sangre corrieron
veloz por las redes sociales, con júbilo. Algunos agentes policiales, militares
y civiles hasta se hicieron “Selfie” (Autofoto) para subirlas en sus
respectivas cuentas de Twitter o Facebook, sin que nadie lo impidiera.
¡No pudo ser más dantesco ver esas fotos en las redes y
algunos diarios!
No debo, en modo alguno, justificar ni respaldar las
acciones delictivas o criminales de ninguna persona. En lo absoluto. Ahora
bien, tampoco aplaudir las muertes
extrajudiciales que a diario se cometen en nuestro país. La Policía dispara
primero, investiga después, si es que lo hace. La Policía decide quien vive y
quien muere. La policía sigue siendo una banda criminal.
La vida de Percival pudo ser salvada apresándolo para
someterlo luego a la justicia y que los
jueces, en un juicio público, oral y
contradictorio, determinaran culpabilidad o inocencia. Pero ese recurso, ese
protocolo, no está disponible para gente como Percival o los cientos de jóvenes
que resultan muertos (fusilados) en supuestos intercambios de disparos. El sistema judicial solo funciona para los
corruptos del gobierno, para los que se roban el 5% del PIB, eso es, más de 150
mil millones de pesos todos los años, sin
que ninguno termine muerto o en la cárcel.
El presidente jamás convocará de urgencia a los
organismos de seguridad del Estado para que encuentren -¡Vivos o Muertos!- a
los que sobrevaluan las obras, a los que aceptan sobornos millonarios, a los
que extorsionan y chantajean desde sus cargos públicos. ¡Eso no lo veremos
nunca!