Por Henry Osvaldo Tejeda Báez
Esto que están leyendo, era solo un mensaje que quería
enviarles a mis compueblanos sobre un viaje que tengo para Ocoa este fin de
semana, y de repente me veo contando mis diabluras de adolescencia;¡Increíble!
Este primer párrafo, lo escribí luego de haber terminado todo lo que ahora van
a leer.
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En el Teatro Rhand con mi grupo |
Voy para el terruño, pobrecita la arepa de maíz verde o
el majarete que se "topete" conmigo, creo que era justo ese viajecito
al terruño, se lo agradezco a mi hija Henya que quiso que celebráramos mi
cumpleaños número cuchumil allá.
Hace tiempo que los bancos del parque extrañan mi
presencia y tan solo de pensar en ellos siento una gran nostalgia.
Ellos no hablan, pero sé que les hago falta; si esos
bancos hablaran, ya se habría dado en
esa época la alarma de una gran epidemia de divorcios, y de hombres huyendo que
tuvieron que coger las de Villa Diego por miedo a que sus esposas le hicieran
lo que hizo Lorena Bobbitt cuando le cortó el "retazo del gusto" a su
esposo.
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Calle de Ocoa |
También me extrañan todas esas parejas a las que logré
que se casaran a serenatazos limpios. Si yo hubiera bautizado aunque fuera un
solo hijo de cada uno de los que metí en amores y que luego se casaron, tuviera
yo hoy como 700 ahijados. ¡Suuuu, santísimo!
Uds. no se imaginan la caterva de "empaliza",
alambres de púas, regolas (En Sabana Larga), charcos, y, hasta charquitos (como
Danilo Medina), para poder llegar a la casa de la amada de un tiesto de amigo
que me solicitaba una serenata.
Un día le dije a uno: ¿Coño, pero tú no pudiste buscarte
una novia más cerca del pueblo? Es que fuimos a dar casi cerca de La Sabana,
más allá de guachupita (Magante Viejo).
Una noche me tocó dar una serenata en Tumbaca, un campito
como a seis o siete kilómetros del pueblo,
yo era el "Picó" (Pick up) de todos esos "tumba
tabiques" de Ocoa, pero lo hacía con gusto. Por suerte por lo menos esa vez, el azaroso tenía un
animal, él caminaba a pie, y yo en el burro.
Otras veces tuve que ir con Papito Zucco a Sabana Larga,
primero nos "jarreábamos" un par de potes en el Bar Tres Rosas, y
luego salíamos medio turulatos rumbo al Este, hacia Sabana Larga.
Nos teníamos que ir a las 11:30 de la noche, para poder
llegar a una hora que fuera todavía de noche, porque era a pie. ¡Qué cojones!
Pero eso no era todo, una de las veces, yo iba tocar la serenata con un
bandoneón que, dicho sea de paso, pesaba como 60 libras, pero él, muy orondo se
lo echaba al hombro.
Lo que menos me gustaba de esos jodíos viajecitos a
Sabana Larga de noche (no había transporte a esas horas de la noche), era que
tenía que pasar por La Javilla, una mata que está antes de "La Subía"
de Sabana Larga.
La gente de Ocoa,
como pueblerina al fin, se inventó que frente a esa javilla salía
"Una vaina rara", y como todavía yo tenía mis hojas encima de lurio
pueblereino sentía un miedo del carajo.
Desde que yo llegaba a la curvita que está después del puente
de Ocoa, y que ya sabía que estaba muy cerca el trecho de la javilla, me
"jondeaba" un trago largo y empezaba a hablar todas las pendejadas
que se me ocurrían, pero me pegaba de Papito Zucco, por si esa vaina se le
ocurría atacarnos, le diera primero a él.
Cuando pasábamos la tenebrosa sombra de la mata de
javilla, y que estábamos por el frente de la finca de Amancio Estrada, todavía
volteaba yo la cabeza como la niña de la película EL Exorcista cuando se
le "montaba" el
"fantasmoso" ser que la poseía.
Nunca vi una juventud tan loca como la nuestra, porque
las cosas que uno hace mientras se es joven, son de puros locos, porque, no me
diga usted que ponerse a beber en el Bar Topacio de Sabana Larga, y cuando lo
cerraron, a Cacao Santana y a mí nos cogió con irnos para Bonao, en un cuesco
de motor Honda 50, que él tenía asignado; Cacao trabajaba en la licorera J. A.
Bermúdez.
A las 9 de la mañana, ya estábamos estacionados en una
barrita de mala muerte, "atuellándonos" un pote.
Atuellar, esa
palabra solo la oía de boca de ese
maldito loco, quien vivía cambiando todas las palabras del idioma, por las que
a él se le ocurrieran.
Son tantas las anécdotas que tengo, que hasta las he
olvidado ya, fueron tantas noches de serenatas en Ocoa, que me es imposible
recordar, y si no tengo al lado a uno de los coprotagonistas de esas andanzas
cerca para que me ayude a recordar tantos momentos, me será imposible
recordarlas todas.
Recuerdo ahora que, la serenata más macabra, se la di a
la madre de Winston Read, y fue una noche que fuimos al cementerio de Ocoa a
cantarle una canción a la difunta Cristiana, recuerdo que la canción se llama
"Madre cuando queras voy a verte", del compositor español (ya
fallecido), Danny Daniel.
Por ahora, lo voy a dejar de ese tamaño. Quizás cuando
esté el fin de semana en Ocoa, aparezca un personaje como Luis Aguavivas, mejor
conocido como Luis Pai, que me recuerde una que otra anécdota de tantas
vividas.
¡Ah, a propósito de Luis Pai, una noche amanecimos en la
calle, sentados en el parque cantando, bebiendo y haciendo cuentos, es que con
Luis Pai, no puede uno dejar de reírse.
Cuando eran como las 6 de la mañana, nos cogió con irnos
para la capital, por lo que esperamos que pasara la guagua del difunto Moncito, que a esa hora
estaba terminando de recoger los pasajeros que iban para la capital.
Nos subimos en la guagua, pero recordamos que no teníamos
ni un centavo, ni para el pasaje, ni para lo que íbamos a hacer en la capital,
que tampoco íbamos a hacer nada allá, solo por joder la paciencia; vainas de
parranderos.
El hecho es que íbamos haciendo tal alboroto en la
guagua, que Moncito decidió dejarnos antes de "La Vuelta de La
Paloma" dese donde regresamos pidiendo "bola".
A eso le llamo yo, vivir intensa y sanamente la loca
juventud, cuando el único vicio era, cantar y andar de jergas pa´rriba y
pa´bajo. ¡Si señor!