Quien así habló es Juan Bosch, un 21 de octubre de 1961, al regresar al país luego de 23 años de exilio. Un año y dos meses después era electo Presidente de la República con prácticamente el 60% de los votos, sin mediar un solo chantaje o un método espurio para conformar la victoria, planteada como “entrada de las masas en la escena de su drama histórico” en vez de la típica “conquista del favor popular” de parte de líderes y partidos.
Partiendo de la premisa de que “nosotros somos una tierra pequeña, que sólo podemos engrandecernos por el amor, por la virtud, por la cultura, por la bondad” y de que “todo esfuerzo que se haga para detener a la República Dominicana será un esfuerzo inútil que no producirá sino nueva vez sangre, exilio, torturas, prisiones, tumbas ignoradas” en aquel discurso Bosch llamó a todos (pueblo, gobierno y militares) a meditar y que “nos dispongamos todos a matar el miedo, que seamos nosotros mismos el San Jorge de ese dragón que nos está oprimiendo hace más de treinta años”.
Como en su cuento “Cundito”, en el cual Cundo Fría es capaz de salvarle la vida a Genén rescatándolo de un incendio, para más tarde retarlo a muerte para vengar una “galleta”, Bosch reconocía que en sus esencias el pueblo dominicano alberga sus más profundas y sensibles contradicciones; como cada quien lleva adentro sus propios demonios y salvadores. A su decir: “Un tirano no cae del cielo; sale de las entrañas de su gente, se nutre de los vicios del país en que se forma”. No es en absoluto la idea de que un pueblo tiene el gobierno que se merece; es la invitación a lo que Benedetti llama “no vendernos simulacros”, mirándonos en el espejo y reconocernos como autores de nuestra historia, en sus fracasos y por tanto –también- en sus posibles victorias. A hacernos cargo, mal o bien, de nuestros hechos como adultos, a “cantarnos las verdades”. A no esperar “redentores”.
Es precisamente en la propuesta de un pacto por el trato honesto de un pueblo consigo mismo, donde radica el anti-mesianismo y el anti-caudillismo de la práctica política que Bosch llega ofreciendo al país. El dirigente no viene a proponer “instantes mágicos” sino procesos sociales de encuentro entre pasado, presente y futuro.
Pero junto a esa exhortación, viene también el ideario de la lucha que se inicia: “Pido a todos que meditemos un momento en que esta tierra es de los dominicanos, no de un grupo de dominicanos; que su destino es el de la libertad, no el de la esclavitud; que su función es unirse a América en un camino abierto y franco hacia el disfrute de todo lo que significa para los pueblos la libertad pública y la justicia social”.
Ahí están, se podría decir, varios atributos de una “política de la verdad” -siguiendo al filósofo esloveno Slajov Zizek-: la necesaria “puesta en su sitio” de la democracia eleccionaria que se avecinaba como escenario más que propicio para que, al menor descuido, todo cambiara sin que nada importante cambie; la definición de un territorio concreto de conflictos ineludibles, la “sociedad de castas” de tutumpotes e hijos de machepa, auténtica maquinaria de injusticias y exclusiones; la indispensable toma de posición de un pueblo no ya para salir del “monstruo” sino del “sufrimiento de cuatrocientos años”. La propuesta de Bosch es, además, la de los acuerdos en serio y a la vista, sin negociados por “debajo de la mesa”.
Finalmente allí está presente, tan duro de roer para los esquemas de quienes personificando la historia en Bosch y apelando a su supuesta “difícil personalidad” eluden la discusión de fondo, el desafío del entonces líder del PRD: “yo estoy dispuesto a hacer cuanto deba hacer, a arrodillarme ante quien deba arrodillarme, para que podamos sacar de mi humillación si es necesaria, y de la disposición de ustedes, que es imprescindible, una fórmula de convivencia democrática”. ¿Con cuánta de esa disposición contó efectivamente el país? Inquietante y vigente, Bosch les deja la bola en su terreno a los que todavía tienen que demostrar las libras de imprescindible “disposición” a ceder y conceder.