Por: Adolfo Pérez de León
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Adolfo Pérez de León |
La sociedad dominicana ha
observado, año tras año, el envilecimiento de la actividad política. Este
lamentable proceso es el fruto de varios factores.
Primero, una falta de
equilibrio en los esquemas de poder que impide que haya liderazgos que
preserven lo bien hecho. En segundo lugar, la escasa vigilancia de los sectores sociales. Y,
también, una falta de castigo para los actos de corrupción pública, que, con la
ausencia de reglas del juego claras para el devenir del sistema político
predisponen a lo mal hecho.
Esta falta de parámetros,
normas del juego político, es la llave de entrada a una forma de hacer política
que primaba en los tiempos de Concho Primo. Con matices violentos en el pasado
se daba la misma realidad. Los políticos se rebelaban contra sus bandos o
contra el gobierno con el único fin de pedir su tajada en el pastel.
Hoy, en el siglo XXI, vemos una
realidad de partidos secuestrados, dirigentes vándalos que hacen su labor
destructiva para sacar beneficios. Hay
una gran necesidad de superar estas formas de hacer política y contribuir a que
esta sea una actividad especializada, para mejorar las condiciones de vida de
los dominicanos.
Y es que, cuando se
cualquieriza el ejercicio político, cuando “cualquiera” dirige un partido
político, la cosa pública se convierte en un mercado de conciencias.
¿Cómo evitar esta situación? El
primer paso es una ciudadanía vigilante de las conductas de los políticos.
Sobre todo, organizada para exigir sus derechos. ¿Otro punto, no menos
importante? Una dirigencia política formada y forjada, de trayectoria
sustentada en visión y en compromiso.
Si los partidos siguen obviando
la inversión en formación la situación terminará por llevarse del todo desde el
ya desacreditado sistema político. Se requieren hombres y mujeres con
conocimientos, con visión de Estado, que vayan a servir y no a servirse. Se
requieren inteligencias desarrolladas en la cosa pública.
Formación en temas técnicos y
formación política. Gente que tenga la capacidad para el diseño, desarrollo e
implementación de políticas públicas. Gente que al momento de tomar decisiones
sea capaz de calzar las botas del otro. Gente que tenga otro objetivo que no
sea “hacerse” y “resolver”.
Hemos señalado, en ocasiones
anteriores, el clientelismo como uno de los males que afectan a la democracia.
Sin embargo, el bandidaje, la pandilla que busca hacerse a costas del erario o
a costa de una militancia que, literalmente, pasa hambre, es el mal político
por excelencia de República Dominicana.
No estamos afirmando que la
política sea una actividad exclusiva de intelectuales o de élites. Se trata de
que necesitamos un mínimo de formación, y abundancia de visión y compromiso,
para que sea posible el objeto primordial de bien administrar el Estado para
beneficio de los ciudadanos y ciudadanas.
La gente deberá ir marcando con
su voto y su respaldo ese camino. El futuro, si queremos que sea mejor, tiene
que ser guiado por aquellos que pueden aportar, no por los que busquen
aprovechar estructuras políticas para engrosar sus fortunas. La política es una
actividad que pasa por todos los aspectos de la sociedad, su manejo no puede
estar en manos del bandidaje.
Pongamos ojo vigilante y
vayamos construyendo un referente político con lo mejor de todos los sectores y
generaciones. El país lo amerita y el futuro nos lo habrá de agradecer. En el
Partido Revolucionario Dominicano hay una gran camada de hombres y mujeres
dispuestos. Combatamos la cualquierización de la política impulsando lo mejor
de lo nuevo, abracemos la renovación que trae consigo visión y compromiso, y
hagamos del ejercicio político la locomotora de cambios imprescindible para el
desarrollo social y material de nuestra patria.