RAFAEL PERALTA ROMERO
Rafael Peralta Romero
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Un problema para quien escribe una columna
semanal en República Dominicana es el cúmulo de temas. ¿Es contradictorio que un
periodista se lamente de la ocurrencia de tantos hechos noticiosos? Es de tal
intensidad la crisis moral que
estremece nuestra sociedad, que no hemos
salido de un escándalo cuando estalla el otro.
Uno de los líderes del PLD, el partido de
gobierno, lo ha definido como una fábrica de presidentes. Dos miembros de esa
organización han ocupado la jefatura del
Estado. Una pregunta ingenua: ¿Qué ha producido más el PLD, presidentes
o escándalos? Es mucha la pestilencia
que emana de instituciones públicas.
La búsqueda desenfrenada de riquezas actúa como un virus que no se detiene ante
nada, y ha infectado sobre todo las instituciones responsables de hacer cumplir las leyes.
Estamos en situación similar a la de una
porción de queso que es cuidada por ratones. Es obvio que cada roedor quedará con su panza repleta y su
piel lustrosa.
A la denuncia de corrupción originada en la compra de ocho aviones Tucano, por 92 millones de dólares, le sucede
el escándalo ocurrido en la
Dirección Antinarcóticos de la Policía, donde oficiales de ese cuerpo y representantes del Ministerio Público robaron
1,200 kilos de drogas para convertirse
ellos en narcotraficantes.
Alguna gente procura a como dé lugar dinero, poder,
influencia y adulación. Para el logro de
esos fines, unos se visten de líderes políticos, otros de magistrados y otros
se uniforman de militares y policías. La Biblia cuenta cómo Esaú vendió su
derecho de primogenitura a su hermano Jacob por
un plato de lentejas. Éstos vendieron más cara su honra.
Una mujer, confesa narcotraficante, ha
demostrado que la palabra de esos disfrazados de autoridad no vale nada. Crisania
Mercedes reveló cómo autoridades policiales y judiciales de Hato Mayor la pusieron a vender drogas para repartir
beneficios. La Dirección Control de
Drogas se vio precisada a trasladar su personal de esa ciudad.
Quienes se arrastran tras el dinero ilícito y las posiciones de poder sueñan el disfrute
de buena vida. Algunos logran el éxito y llegan a la meta con su careta de
ciudadanos honorables. Otros tienen que fracasar para que el sistema siga
adelante. Hay –desde luego- que prescindir de toda ética y superar pruritos.
Leo en estos días a Fernando Savater, en
su fascinante libro “Ética para Amador”,
y quiero concluir con algo de él: “Yo creo que la primera e
indispensable condición ética es la de
estar decidido a no vivir de cualquier modo: estar convencido de que no todo da igual aunque antes o después vayamos
a morirnos”.