Por Luis Alberto Pérez Ubiera
En una tarde soleada y calurosa, apareció de repente el dictador
Rafael Leónidas Trujillo, quien visitó de repente en una de sus caminatas a
caballo, el poblado de Boca Chica con sus campos y sus bateyes, lugares que
conocía muy bien porque se dice que uno de sus primeros empleos mucho antes de
llegar al poder fue precisamente como guarda campestre en esos lugares cañeros
pertenecientes a dicho Ingenio.
En su caminata, pasó por un batey bien conocido por él, donde
antiguamente frecuentaba y donde vivía desde siempre uno de sus amigos y
compañero de trabajo de aquellos tiempos y que siempre anduvieron juntos
trabajando duro en la finca y hasta salían juntos los días feriados de
parrandas.
Trujillo con un grupo de secuaces, adulones, calieces y criminales que
siempre lo acompañaban en estas cabalgatas, sin pensarlo jamás, se tropezó
fortuitamente con el rostro ya muy marcado por los años y por los trabajos
forzosos que seguía haciendo en la finca, de aquel viejo amigo que el dictador
no había vuelto a ver jamás después que se fue, pero que fue reconocido de
inmediato por el mandatario el cual con cariño y nostalgia, al mirarlo le dijo
con tono y forma de confianza.
-Coño, pero Nicolás ¿y todavía tú estás vivo?-dijo
Aquel viejo sorprendido y asustado por el impacto y sin poder pronunciar
palabras, solo pudo asentir con la cabeza después de quitarse el viejo sombrero
de paja, y al tiempo de mostrar sus encías ya sin dientes en su boca, aprobando
la pregunta que le había hecho el presidente de la Republica.
Nada más se habló, Trujillo le estrecho la mano y le regalo cinco
pesos a su gran amigo de antaño Nicolás y siguió caminando montado en su corcel
seguido de cerca de sus secuaces quienes habían visto y oído perfectamente
aquel episodio.
Todo fue rápido porque el tirano, no se detenía mucho tiempo en
ninguna parte cuando cabalgaba y la recua pronto desapareció al igual que cómo
había aparecido.
Trujillo jamás se acordó ni le dio mucha importancia a aquel encuentro
con su antiguo amigo Nicolás.
Pero como a los cinco días se presentó a su despacho uno de sus
esbirros, pensando que iba a agradar en grande al jefe cuando le dijo:
-Ya cumplimos mi presidente, arreglamos al hombre.
-Pero… ¿a qué hombre?-ripostó Trujillo airado
-Oh mi jefe, al viejo del batey que usted preguntó si estaba vivo
todavía.
A Trujillo se le subió la sangre a la cabeza y con su bastón le partió
la frente a aquel desgraciado criminal al momento de decirle.
-Mal nacido, tú no sabes que ese era mi amigo Nicolás…
-Sal de aquí inmediatamente.
Y parece que por primera vez el tirano sintió pena por alguien y algún
sentimiento de culpa, que de alguna manera quiso resarcir, porque después de
los nueve días del velorio de su amigo, contaban los lugareños de aquel batey,
que apareció en esa mañana de invierno, colgando de una mata de Jobo que estaba
en la empalizada próximo a donde vivía el difunto Nicolás, un hombre
desconocido, elegantemente vestido con saco, corbata y zapatos de charol, con
apariencia de hombre de pueblo y las gentes curiosas se acercaban azorados
recordando con pena a Nicolás, pero a la vez notaban que una insistente brisa,
movía con alegría dando aspectos como de un misterioso baile producido por los
cañaverales que pendoneaban para esa época del año.