Yvelisse Prats Ramírez De Pérez
yvepra@hotmail.com
En una visita a Cuba, cuestioné a Vecino Alegret, Ministro de Educación en ese entonces y un gran amigo que me regaló la vida, sobre por qué se exigía para ingresar en las universidades cubanas calificaciones tan altas.
Dije que no entendía como la Revolución cubana aplicaba esos criterios que me parecían excluyentes, hasta elitistas.
Vecino me contestó con tal contundencia lógica, que esa respuesta surge ante la actual crisis en la UASD.
“No podemos acreditar ingenieros que construyan puentes que se derrumben; no permitimos que un título de médico se convierta en licencia para matar pacientes; la revolución no deja ejercer la abogacía sin competencias éticas; los maestros que egresan, han de ser ejemplos de capacidad y dedicación. Entiende, Yvelisse, que en nuestro país, dispone de pocos recursos económicos, tenemos que crear otra riqueza: nuestros recursos humanos altamente calificados. Les exigimos mucho porque también mucho les damos”.
En República Dominicana la ecuación es diferente. Las asimetrías sociales y económicas se reproducen en el sistema educativo, un presupuesto escaso, nula voluntad política, y alumnos/as que llegan a la escuela pública desde comunidades desestructuradas, a recibir clases de un currículo desfasado, con maestros/as desmotivados.
Las deficiencias de nuestro sistema educativo son correlatos del modelo socioeconómico injusto.
Hay culpables del desastre, lógicamente, pero la UASD no tiene que asumir sola esa culpa, ni puede ni debe contribuir a reproducirlo confundiendo apertura con populismo barato.
A la universidad de los pobres le toca una misión retadora: lograr que esos pobres se formen con calidad semejante a la de los ricos. Para ello, nuestra universidad necesita ejercer con fortalezas y convicciones sus tres funciones principales; la formación de profesionales con competencias adecuadas, que sean también ciudadanos/as activos; la investigación, que permita la innovación, garantía de supervivencia, y la extensión, compromiso social ineludible que enlace la universidad con el pueblo.
Es indispensable que se preserve a raja tabla el fuero y la autonomía de la UASD, para que desde adentro la institución respete y haga respetar sus leyes, su Estatuto, sus exigencias académicas y éticas. Así la respetarán los de fuera.
Es inadmisible que en el campus universitario ocurran desórdenes vandálicos, sin sanciones. La UASD heroica de los años 60 y 70 luchaba, pero hacia afuera, por la libertad y derechos humanos. No éramos autistas, supimos ubicar los enemigos.
No se justifica, sobre todo con el presupuesto exiguo de la academia, que “estudiantes” se estanquen sin avanzar durante años y años superando con mucho el tiempo que exige una carrera en la UASD. Muchas de sus deficiencias provienen de los niveles anteriores. Pero repito, la UASD no puede convertirse, a riesgo de perder su rango, en un gran Centro remedial.
Cuando en este país un gobierno inteligente y solidario abra Centros de Estudios similares a las Open University, los que estudien en ellos podrán hacerlo a su ritmo y aprendiendo digitalmente formas de insertarse productivamente en la sociedad.
Pero cuando se inscriben y estudian en carreras tradicionales, con planes y programas estructurados con carga de créditos y tiempos determinados, han de aceptar las reglas establecidas en la UASD, como en todas las otras universidades, para optar por un título.
Hay que seguir luchando, sí, por un derecho humano que todavía no se ha logrado; precisamente el de la educación. La UASD debe orientar su investigación, sus tesis de grado y posgrado, a analizar las falencias del sistema educativo, proponiendo y exigiendo soluciones para el conjunto de la educación nacional. Habrá que cambiar, ojalá, el propio modelo uasdiano, mirando a Tunermann, Rama, Tedesco, CEPAL, UNESCO, Udual. Otra “renovación” en la UASD no caería mal.
Mientras tanto, con lo poco que hay, mientras el país no cambie su horrendo modelo excluyente, debemos cuidar esta única universidad pública que tenemos, cualificándola, impidiendo que se perciba cada vez más sórdida y desnaturalizada.
Porque la amo, con sus deficiencias y errores, también con su inmenso potencial de avanzar echando lastres por la borda, escribo este En Plural solidarizándome con el Rector Mateo Aquino Febrillet, a quien conozco y reconozco en la sólida construcción tenaz que ha hecho de su propia vida, estudiando, superándose, y sirviendo a la UASD.
Quiero creer en él, en sus motivaciones y propósitos. Con él, exijo orden, disciplina y estudio en lo interno; hacia lo externo, mayor presupuesto para la educación, el 4% para los demás niveles y cuanto necesite la UASD para desarrollarse.
No hay recetas únicas. Pero quizás vale ponderar la cita de Vecino, por supuesto, contextualizándola.