Debutó en el cine de la mano de Fernando Trueba cuando era una niña y ahora repite (por cuarta vez) en el cine con él para medirse con Matt Dillon: Aida Folch es la protagonista de Isla Perdida
Por Juan Claudio Matossian Vanity
Fair
Aida se llevó el gato al agua y prácticamente encadenó esta película con
otra aparición en la multipremiada Los lunes al sol, de otro Fernando, León de
Aranoa. Desde entonces —y ya han pasado más de 20 años— no ha dejado nunca de
trabajar, siempre de manera muy intensa, tanto en la pequeña como en la gran
pantalla. Y en varias ocasiones junto a su descubridor: Trueba volvió a optar
por ella para medirse a una leyenda italiana (Claudia Cardinale) y sobre todo a
una francesa (Jean Rochefort, en gran parte en el idioma de él), además de una
española (Chus Lampreave), en El artista y la modelo (2012). Salió más que
airosa del reto, que le supuso una nominación al Goya, y el director de Belle
Époque volvió a contar con ella para un papel secundario en La reina de España
(2016), secuela de La niña de tus ojos. Como no hay tres sin cuatro, Trueba le
ha dado ahora el papel protagonista en Isla perdida (se estrena en cines el 23
de agosto), en la que mantiene un más que intenso tête à tête con otra leyenda,
esta vez estadounidense (y en inglés): Matt Dillon.
“Empecé en el cine gracias a él y por eso lo doy todo por Fernando”, nos
cuenta Aida Folch por teléfono. “Sé muy bien lo que quiere porque lo conozco y
él también me conoce muchísimo, a veces no hay ni que explicar las cosas,
simplemente suceden. Nos entendemos a un nivel muy profundo”.
Esta estrecha relación entre director y actriz, que va mucho más allá de
lo profesional y que se extiende más allá de dos décadas, ha evolucionado por
supuesto con el paso del tiempo:
“En El embrujo de Shanghai yo no tenía experiencia, era una niña de 14
años, no podía conversar con un adulto de igual a igual, pero ya en El artista
y la modelo trabamos una amistad y nos empezamos a conocer de verdad”, dice la
intérprete. “Y en este último caso a veces hemos tenido demasiada confianza,
para bien y para mal. En ocasiones nos veíamos obligados a ponerle límite
porque al fin y al cabo estábamos trabajando, pero es maravilloso tenerla con
alguien… Con él puedo arriesgarme más, equivocarme, porque sé que estará ahí
para acogerme. Tengo una confianza ciega en él y creo que eso es bueno para
trabajar juntos”.
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