Lic. Luis Alberto Pérez Ubiera
Cuando el director dio la respuesta, todos incluyendo a los maestros y maestras nos quedamos asombrados, yo era un niño para esa época y formaba parte del grupo de chicos que conformábamos el estudiantado de la escuela de ese campo que hoy día existe tal y como estaba para aquellos tiempos.
Mi escuela primaria, la que nos trae nostalgia y la que nos remonta al pasado y nos recuerda la niñez, rodeada de cañaverales que muchas veces nos sustentaban el desayuno y en el trayecto a casa nunca una dulce caña nos dejó sufrir de sed, hoy día lamentablemente solo quedan vestigios de esas hermosas plantaciones que eran fuentes de trabajo y que daban el sustento familiar a todas esas gentes que hoy los que sobreviven solo suspiran.
Recuerdo como ahora el cañaveral que estaba al frente de la escuela, de cañas dulces las que en hora de recreo nos suministraban la merienda a todos y a todas los muchachos y muchachas, pero también nos servía de refugio para hacer nuestras necesidades fisiológicas y no se sabe cuántas cosas más.
Lo malo fue para esos dos chicos, que una tarde al sonar la campana, todo el mundo salió corriendo para el cañaveral a buscar su merienda, ¡y qué sorpresa!, nuestro grupo sorprendió a dos jugando al papá y a la mamá escondidos detrás de un matorral.
Esto provocó una algarabía tan grande entre todos los muchachos de la escuela, que hasta el director salió corriendo a indagar qué había sucedido y es ahí cuando nos ve salir con los dos chicos hechos prisioneros por todos nosotros por tan grave delito.
Al entregarlos en sus manos con todo tipo de acusaciones, esperábamos ansiosos el veredicto, pensando que un delito como ese no podía quedar impune y lo meno que le cabían como pena era la expulsión inmediata de la escuela.
Pero cuando ese director comenzó el juicio, lo hizo con una sabiduría tan grande que hoy yo me doy cuenta que aprendí hace aproximadamente cuarenta años lo que es una verdadera educación sexual, término que no se conocía para aquella época pero que hoy se aplica tímidamente en las escuelas.
Nos habló del amor a la familia, lo que eran los padres, como nacíamos nosotros, los animales y por qué Dios nos hizo Varones y hembras, nos habló de nuestros cuerpos, nuestros órganos y tantas cosas más que hoy se me escapan.
Lo que no se me olvida nunca fue su respuesta final cuando uno de nosotros, después de oír toda su filosofía que no entendíamos en ese momento, se atrevió a preguntar.
-Director, ¿y usted no los va a votar de la escuela?
-No- contestó el director mirándolo fijamente y moviendo la cabeza de un lado a otro.
- ¿y por qué usted no los vota si lo encontramos jugando al papá y a la mamá?- le riposto ese travieso muchacho.
El director, rojo como un tomate del pique que tenia por dentro, aunque reflejaba en su rostro una picara sonrisa de padre amoroso, respondió resueltamente.
-¡Es que eso es bueno!
Y de inmediato mando a tocar la campana…
Mi escuela primaria, la que nos trae nostalgia y la que nos remonta al pasado y nos recuerda la niñez, rodeada de cañaverales que muchas veces nos sustentaban el desayuno y en el trayecto a casa nunca una dulce caña nos dejó sufrir de sed, hoy día lamentablemente solo quedan vestigios de esas hermosas plantaciones que eran fuentes de trabajo y que daban el sustento familiar a todas esas gentes que hoy los que sobreviven solo suspiran.
Recuerdo como ahora el cañaveral que estaba al frente de la escuela, de cañas dulces las que en hora de recreo nos suministraban la merienda a todos y a todas los muchachos y muchachas, pero también nos servía de refugio para hacer nuestras necesidades fisiológicas y no se sabe cuántas cosas más.
Lo malo fue para esos dos chicos, que una tarde al sonar la campana, todo el mundo salió corriendo para el cañaveral a buscar su merienda, ¡y qué sorpresa!, nuestro grupo sorprendió a dos jugando al papá y a la mamá escondidos detrás de un matorral.
Esto provocó una algarabía tan grande entre todos los muchachos de la escuela, que hasta el director salió corriendo a indagar qué había sucedido y es ahí cuando nos ve salir con los dos chicos hechos prisioneros por todos nosotros por tan grave delito.
Al entregarlos en sus manos con todo tipo de acusaciones, esperábamos ansiosos el veredicto, pensando que un delito como ese no podía quedar impune y lo meno que le cabían como pena era la expulsión inmediata de la escuela.
Pero cuando ese director comenzó el juicio, lo hizo con una sabiduría tan grande que hoy yo me doy cuenta que aprendí hace aproximadamente cuarenta años lo que es una verdadera educación sexual, término que no se conocía para aquella época pero que hoy se aplica tímidamente en las escuelas.
Nos habló del amor a la familia, lo que eran los padres, como nacíamos nosotros, los animales y por qué Dios nos hizo Varones y hembras, nos habló de nuestros cuerpos, nuestros órganos y tantas cosas más que hoy se me escapan.
Lo que no se me olvida nunca fue su respuesta final cuando uno de nosotros, después de oír toda su filosofía que no entendíamos en ese momento, se atrevió a preguntar.
-Director, ¿y usted no los va a votar de la escuela?
-No- contestó el director mirándolo fijamente y moviendo la cabeza de un lado a otro.
- ¿y por qué usted no los vota si lo encontramos jugando al papá y a la mamá?- le riposto ese travieso muchacho.
El director, rojo como un tomate del pique que tenia por dentro, aunque reflejaba en su rostro una picara sonrisa de padre amoroso, respondió resueltamente.
-¡Es que eso es bueno!
Y de inmediato mando a tocar la campana…
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