Pablo Zárate - El Economista
Pablo Zárate |
México.- Para la cena del 8 de julio, las listas preliminares
sugerían que el presidente Trump se presentaría con al menos 17 invitados
‘externos’ con profundos intereses en el T-MEC. A través de por lo menos 15 CEO
y presidentes de compañías de tecnología (Microsoft, Apple, Intel, Visa,
Mastercard), del sector automotriz (FCA, Ford, General Motors), de
logística/transporte (UPS, Kansas City Southern), de agricultura (ADM), de
energía (AES, Sempra) y de gestión de inversiones (Blackrock), el gobierno de
Estados Unidos le presentó al presidente López Obrador y su comitiva un grupo
de pesos pesados que ven un enorme potencial en México, quizás aún más de cara
al pleito comercial con China. Si el T-MEC se respeta e implementa a cabalidad
–protegiendo el comercio bilateral, la propiedad intelectual, las inversiones y
la integración de las cadenas de valor– estas empresas, que de alguna forma
representan a muchas otras, seguramente crecerán en México. Muchas le apostarán
más como mercado y varias con multimillonarias inversiones productivas.
Si el medio es el mensaje, el presidente López Obrador y
su comitiva mexicana transmitieron una señal diferente. Quizás como reflejo del
capitalismo mexicano, el presidente mexicano no llevó a los ejecutivos
profesionales de las empresas sino a sus dueños. ¿Los sectores representados?
Mucha televisión (Televisa, TV Azteca, Imagen, Multimedios), con un poco de
finanzas (Banorte, Value, Financiera Sustentable), y toques de hotelería
(Vidanta), construcción (Arquitectura y Construcción) y un conglomerado
(Carso).
Haciendo el último a un lado, ¿cuál es la relevancia de
este grupo de empresarios para la relación bilateral en general y el T-MEC en
particular? Por llevarlos a ellos a cenar, se dejaron fuera a muchos otros que
sí tendrían temas sustantivos para tratar con el gabinete comercial de Estados
Unidos, Larry Fink, Tim Cook, los CEO de automotrices, empresas agricultoras o
cualquiera otra de sus contrapartes. A la cena no fueron nuestros productores
de aguacate o tomate, ni nuestras grandes industrias de alimentos, cemento o
autopartes, con cadenas de producción plenamente integradas; tampoco fueron nuestros
empresarios con corte más global ni nuestros mejores embajadores culturales.
A pesar de la importancia del sector en la relación
histórica, diplomática y comercial entre México y Estados Unidos, los
directores de Pemex y CFE -dos de las principales empresas mexicanas- no
estuvieron ni en la lista oficial del viaje ni en la cena. De acuerdo con la
lista previa del gobierno mexicano, ninguna otra empresa mexicana dedicada al
sector energético participó. (Carso tiene intereses en el sector, pero no queda
claro que, al menos para esa mesa, ni la relación energética bilateral ni las
inversiones transfronterizas hayan sido su prioridad). El presidente López
Obrador, literalmente, fue a la cena sin energía.
Aquí hay una carga simbólica. Primero sobre la cumbre:
¿cuántos puentes de diálogo y discusión entre los dos países se pueden tender
para construir un fuerte y próspero bloque energético norteamericano si del
lado mexicano no hay contraparte? Más allá del sector energético, ¿cuál era el
objetivo de salir con esta alineación?
Pero hay que ver aún más allá. Los ejecutivos de
compañías estadounidenses en la cena tienen una sólida relación de trabajo con
el presidente Trump. El presidente Trump tiene el peso para ayudarlos, local e
internacionalmente, y ellos a Trump. Cuando alguno de ellos avance hacia
México, de alguna forma se acercarán las industrias del país.
La comitiva de empresarios mexicanos se ha vuelto muy
cercana al presidente López Obrador. Él ahora percibe en ellos una fuerte
vocación social. Con eso cubierto, ¿qué importa el resto del salón, la economía
o el continente?