Virgilio Díaz Ordóñez fue un destacado dominicano en las letras y en el área jurídica. Nació en San Pedro de Macorís un 5 de mayo de 1895.
El primer titulo que obtuvo fue el de Licenciado en Farmacia y con esta carrera pretendió subsistir, pero con el pasar del tiempo reconoció que se inclinaba mas por la literatura y el derecho.
Esto lo llevo nuevamente a las aulas a estudiar y obtuvo un titulo en Derecho, debido a su desempeño como abogado fue designado en el 1928 como Juez de Primera Instancia.
Su carrera en derecho fue todo un éxito, otros títulos que obtuvo fueron: Magistrado del Tribunal Superior de Tierras, Secretario de Educación Superior y Bellas Artes y Consultor Jurídico del Poder Ejecutivo.
Su otra pasión, la literatura, le llevo a producir escritos que firmaba con el pseudónimo de Ligio Vizardi. Esto lo llevo posteriormente a ser profesor en la Facultad de Filosofía de la Universidad de Santo Domingo.
Esta profesión era la que ejercía al momento de su muerte solo que en la Universidad de Georgetown en Washington, ciudad en la que falleció el 30 de abril de 1968. He aquí un ejemplo de sus poemas...
INTIMISMO (Vieja camisa rota)
Virgilio Díaz Ordoñez
Vieja camisa rota;
Ya no hay quien te remiende.
Al mirarte de mi memoria brota
Un recuerdo que poco a poco enciende
Un fanal misterioso
En tu oscuro pasado y en el mío.
Yo te compré en un día muy lluvioso,
Húmedo, desolado, hosco y frío.
Al cruzar una esquina
Te vi arrinconada en la vitrina
De una tienda de lujo.
El sitio de notoria preferencia
Lo ocupaban camisas de la seda más fina,
Hechas de rico género importado de China,
-camisas para gentes que visten con decencia-
Tú eras de algodón;
Eras el llamativo disparate,
El comercial modelo para comparación;
Tú eras el baldón de aquel escaparate
Y mi intención fue recta;
La habitual escasez de mi difícil plata
Te eligió predilecta:
Eras la más barata.
¡Qué extraña paradoja!
Las finas y las buenas
He oído que se compran a veces por docenas.
Las que son como tú, no hay duda alguna,
Son de esas que se compran una a una.
No lo recuerdo bien, pero es seguro
Que la primera vez te usé en un día de fiesta;
Quizás una mañana, en un domingo puro,
Y, después de aquel día, toda tu historia es ésta;
De mis hombros cansados
Al húmedo tormento de afanosos lavados,
Y luego, sin apenas
Gozar de algún descanso en el armario,
Volver a las faenas
De mis cansados hombros y del servicio diario.