Por Lincoln López
El escritor e intelectual Pedro Peix falleció recientemente sin haber obtenido el Premio Nacional de Literatura.
Rindo, pues, un sencillo homenaje a uno de los más importantes representantes de la narrativa dominicana.
Su obra ha sido tan trascendental, particularmente en el género del cuento, que dos de ellos fueron seleccionados en el libro titulado “Contándonos” (Ediciones P. D) como los 25 cuentos dominicanos más “impresionantes” del siglo XX. El estudio estuvo coordinado por el profesor universitario y escritor José Ramón Reyes y contó con la participación de profesores de letras, escritores y críticos de literatura. Para que se tenga una idea de la categoría que le asignaron a los cuentos de Pedro Peix, en la citada publicación, solamente incluyeron tres autores con dos cuentos, además de Peix, ellos fueron: Juan Bosch, Virgilio Díaz Grullón y René del Risco y Bermúdez. El recopilador, Prof. Reyes, sin embargo aclara que “la exclusión de algunos cuentos –de innegable calidad-tiene su justificación en la baja o cero frecuencia de aceptación…”
Pedro Peix. Cuentista, novelista, poeta y periodista. Nació en Santo Domingo el 20 de Marzo de 1952. Premio Nacional de Cuentos 1977 con Las locas de la plaza de los almendros. Premio Nacional de Cuentos en 1987 con El fantasma de la calle El Conde. Cuatro veces ganador del primer premio del Concurso de Cuentos de Casa de Teatro (1984, 1988, 1992, 1994) Pormenores de una servidumbre obtuvo el primer premio del Concurso de Cuentos de Casa de Teatro. Otras obras publicadas: El placer está en el último piso (1974). La noche de los buzones blancos (1980). La narrativa yugulada, Los despojos del cóndor. Falleció el 12 de Diciembre de 2015
Termino transcribiendo el cuento de Pedro Peix titulado: “La Selva”. Realmente impresionante. Estructurado en un párrafo y 152 palabras, y cumpliendo con los requisitos esenciales de un buen cuento. Desde el tema inicial hasta el impactante final. “Definitivamente son mejores las vacas, los perros y las aves que los habitantes del jurásico” (Iván García Guerra). Dice así:
“La selva avanzó hacia la ciudad. Tanto la habían arrinconado, que tardó mucho tiempo en llegar a los lindes de la urbe. Cuando al fin la selva se aproximó, trayendo consigo las fieras y las víboras, los grandes pantanos, la inclemencia de sus estaciones, los hondos venenos, toda su inhóspita y agresiva espesura, se detuvo por un momento para planificar su embestida: observó los altos edificios iluminados, la multitud yendo y viniendo por las calles, las señales de alarma y de peligro, los carteles de placer y de comercio, y luego observó los cazadores uniformados de azul o de verde, de negro o de gris, siempre con armas cortas o largas, y más tarde, ya casi amaneciendo, vio algunos cadáveres tendidos en los callejones, y otros que empezaban a despertarse, a bajar las escaleras atropelladamente, a devorarse entre ellos mismos.
Antes del mediodía, la selva decidió volver a sus raíces, completamente aterrorizada”.