Por: Andrés L. Mateo
A finales de febrero de 1844, Juan Pablo
Duarte tomó el camino hacia el Sur para unirse a las tropas del general Pedro
Santana. La Junta Central Gubernativa le había otorgado el grado de general,
nombrándolo jefe-adjunto del ejército. Golpeando en la suavidad de su rostro,
el viento seco del Sur le ajaba el semblante, pero apuraba la marcha, ardiendo
en deseos de entrar en combate por la patria que él, primero que nadie,
prefiguró en su sueño. En la faltriquera llevaba mil pesos del erario, que le
habían sido entregados para gastos de la División de Baní, y del personal de
tropas que le acompañaba. Preso del entusiasmo, dejó el grueso de sus guerreros
en Baní y corrió a reunirse con el caudillo del Seíbo, quien lo esperaba con la
petulancia del Hatero habituado a mandar peones, y el aura del triunfo de la
batalla reciente.
JUAN PABLO DUAURTE Y DIEZ |
Ninguno de los dos se conocía. Para Santana,
Duarte era un filorio de puñitos rosados, idealista de mierda que escribía
versos, y del cual había oído hablar. Santana era para Duarte un trueno, la
verdad escandalosa de un hecho glorioso, la aspereza, la pulpa, el grito que
rebota y corta, y la forma bastarda del poder. Estas dos miradas eran las que
se encontrarían. Dos miradas chirriantes, cuyo resplandor en la historia dura
hasta nuestros días. Dos miradas de las que pendía el rumbo de la patria. Dos
miradas envueltas en la peonada harapienta que simbolizaba entonces el pujo de
un país.
De lo que ocurrió en aquella entrevista,
efectuada al bordear la noche del 23 de marzo de 1844, la historia nacional
solo registra el desplante que Juan Pablo Duarte sintió frente al caudillo
seibano, y la retirada silenciosa del patricio hacia la capital, acompañado de
sus combatientes, mustio frente al estupor y la impotencia que, de seguro, el
orgulloso Hatero le restregó sin piedad en la cara. Desde el punto de vista
histórico, esa entrevista marca el inicio de un antagonismo visceral entre
estas dos figuras de la Independencia Dominicana, con un saldo inicial
favorable al militarismo de Santana.
Pero el general Duarte, desorientado por
lo violento e impetuoso del acontecimiento, se erigirá, al final, victorioso.
Una victoria moral, no militar, pero valedera para nuestros días, y portadora
de un significado que debería marcar por siempre la conducta de un funcionario
público; y que lo define a él, a Juan Pablo Duarte, como un referente ético
inmarcesible, y una columna moral a través del tiempo.
De los mil pesos que le habían entregado para
gastos de la división de Baní, Duarte devolvió ochocientos veintisiete pesos,
detallando una por una las partidas en las que se había gastado el resto de la
suma asignada. Santana había impedido que él volcara su ardor de guerrero en el
combate, por celos y ambición de poder; pero no impidió que su gesto, a través
del tiempo, se convirtiera en paradigma, en modelo de actuación pública.
Esa
rendición de cuentas del 2 de abril de 1844, convierte a Duarte en un personaje
de la actualidad, en un referente obligatorio, ante tantos desmanes de la
riqueza pública, y toda la desvergüenza que nos rodea. “Visto bueno por la
sección de Hacienda, habiéndose entrado en el Tesoro los ochocientos veinte y
siete pesos que fueron devuelto”- dice el documento histórico que consigna la
devolución al Estado en ciernes. Valdría la pena que este documento histórico
colgara en los despachos de los funcionarios de este gobierno, cercados por la
práctica y la tentación del enriquecimiento sin medidas. Valdría la pena que
las instituciones tuvieran en sus frontispicios el documento duartiano que
muestra más que el heroísmo de la guerra, el peso de lo ético en el desempeño
público.
Son hechos como éste los que demuestran que Duarte era más que una
idea, más aún que un sueño de redención; era una práctica que creía firmemente
en la viabilidad de la nación. Y es a ése Duarte, al conspirador, al
revolucionario, al profundamente ético, a quien hay que recordar. Sobre todo en
una época como la actual, en la que se han esfumado todos los valores, y los
gobernantes creen que el dinero que manejan les pertenece. ( presenciard.net) amateo@adm.unapec.edu.do