Rafael Peralta Romero
El asesinato atropellante y sañoso de John Pércival Matos y la captura
pacífica de Brayan Peter Féliz confluyen para reafirmar que la sociedad
dominicana sufre un lamentable estado de descomposición. Esto se infiere de las
reacciones suscitadas por ambos sucesos. Muchos ciudadanos han mostrado
actitudes desajustadas.
Euforia por la muerte de uno y lamentaciones porque se haya atrapado
vivo al otro demuestran que hay gente enferma que no lo sabe. También tiene
trazas patológicas justificar las acciones de la banda cuya dirección se
atribuye al exteniente Pércival. Pintarlo como un revolucionario es realmente
una afrenta a la conciencia nacional.
De Pércival se ha pretendido crear una leyenda y erigirlo en mártir.
Algunos dicen, con razón, que es una víctima del cuestionado sistema de
justicia dominicano. Un tribunal lo dejó libre de la acusación de robar un
avión en octubre de 2011 el cual pilotó hasta Venezuela. Al parecer era su
debut como profesional del delito.
La Policía lo exalta cuando informa que murió en combate. Era perseguido
por aire, mar y tierra por más de ochenta mil hombres. Según su padre, fue
matado en la habitación donde se alojaba y colocado su cadáver en el vehículo.
Una tercera versión, de origen popular, refiere que sus cómplices lo eliminaron
antes de huir.
La gente sensata lamenta que lo mataran, no sólo por lo atroz del
procedimiento, sino por la utilidad de la información de que disponía en torno
a los hechos en los que se involucró. A los ojos de muchos se ganó la muerte.
La falta de fe en la justicia los lleva a eso. La célebre frase del escritor
Emiliano Tejera ha cobrado vigencia.
Con el arresto de Brayan Féliz, el otro cabecilla de la banda, sin un
rasguño, sin intervención del Ejército, la Armada ni la Fuerza Aérea, algunos
rezongan, pues el morbo demandaba más sangre. Da qué pensar que el sujeto
aparezca en fotos ante las autoridades con poses y sonrisas de divertimento. Se
teme que dure poco en prisión.
Dos oficiales del Ejército que proveían armas para los atracos han sido
detenidos también. Un factor común los mueve a incurrir en esas prácticas: el
deseo desmesurado de riquezas. El consumo de bienes de lujo restregado por los
nuevos ricos desespera a gente cuya moral carece de soportes firmes. Y caen en
la trampa. Eso es descomposición.
La justicia dominicana sabrá qué hacer con los detenidos. Les
instrumentará expedientes mal fundamentados para que salgan pronto a delinquir,
o los mandará enérgicamente, conforme a la ley, al lugar que en un Estado de
derecho se reserva a los delincuentes: la cárcel. Hay que comenzar urgentemente
a recomponer nuestra sociedad. Basta de afrentas.