Rafael Torres
Los recuerdos de mi niñez parecen gustar a mis amigos
lectores. ¡Gracias!
Aquí les va otro: El horno de leña fabricado por el
inglés Jimmy Colby. Era común este artefacto en muchos patios de las casas del
Central. Un tanque de acero vacío desechado por el Central Romana era abierto a
puro martillo y cortafrío y convertido en planchas por el hacendoso hojalatero.
Otros angulares deshechos formaban las cuatro patas del
horno y las planchas remachadas formaban el esqueleto. Uno o dos
compartimientos, según fuera encargado por el cliente, alojaban los sartenes en
su interior; leña por arriba y por abajo y el resto lo hacían las manos al
preparar la masa de harina de trigo o maíz, batata, yuca o yautía amarilla para
el horneado.
Creo que mamá hizo una innovación elaborando panes de
castaña y buen pan. ¡Que ricura! Era en las tardes cuando se iniciaba el
proceso en el que ayudábamos a la vieja.
Todos fuimos adiestrados en amasar la harina de trigo,
pero Don Pedro se llevó los lauros. Era el artista en la materia. ¡Aquellas
Yaniqueca horneadas que hoy mal llaman arepa. Y aquellos panecillos de nata!
Sin dejar atrás la amplia gama que aquellas santas manos
prodigiosas hacían con batata, yuca, plátano maduro y cuanto estuviera al
alcance. Todo con el orgullo de alimentar al padrote y a los cachorros.
¡Cuanto no diera yo por paladear hoy esas delicias, ya
que es imposible devolver el calendario y transportar me hasta aquellos días
imposibles de borrar en mis recuerdos!