Miguel Ángel Cid
cidbelie29@gmail.com
El auge de la violencia es cada vez más acusado en nuestro país. La
prensa no da abasto para reportar los hechos delictivos que ocurren en cada
rincón del país. Por ello muchos acontecimientos se producen sin que los medios
de comunicación se hagan eco. ¿Y las autoridades? Inventando pendejadas.
Perdón. Entreteniéndose con las teorías de la percepción. Mientras la población
entre el miedo y la desesperación sólo le queda rezar.
Sin embargo, el rosario de crímenes, atracos, robos y violaciones de
todo tipo, no decrece ni con diez avemarías ni cinco padrenuestros.
En la comunidad de Don Pedro, meses atrás, perdió la vida un
facineroso en un enfrentamiento con otros de su misma calaña. En pleno
velatorio sus compañeros de fechorías destaparon el ataúd y colocaron encima
del cadáver decenas de armas de fuego de diferentes calibres. El acto fue una
perversa ceremonia que celebraba y honraba la dedicación del fenecido en el
arte del delito.
Pero el ritual no termina ahí. La vela de los nueve días concluyó
con un desfile motorizado, amenizado por disparos al aire por todo el trayecto.
Y esa procesión se repite cada mes, al final de los rezos. El grupo, armado
hasta los dientes, disfruta infundir terror a la comunidad.
Más reciente, en este mismo mes de junio, un joven le arrancó la
vida de un disparo a su ex compañera, con quien procreó dos hijos. El hombre se
presentó a la Disco Terraza Eli, en Don Pedro, donde suponía su mujer bailando
con otro. Ni bailando con otro ni en la Eli. La pobre mujer estaba afuera, a
unos metros de distancia del lugar. Sin mediar palabras, el tipo la arrastró
por los cabellos y a puras trompadas la subió a un motoconcho.
Ya en un callejón apartado, bajo la oscuridad de la noche, le
disparó.
Ahí no hubo compasión. Pero tampoco la hubo al día siguiente en la
comunidad vecina de Monte Adentro, donde otro joven degolló a su ex esposa. No
conforme con ello, se puso una soga al cuello y se ahorcó. Se diría que para
perseguirla en la otra vida.
Y es que en Monte Adentro y Don Pedro se delinque a lo lindo, a lo
Pedrito Navaja: que “Aunque todo el mundo lo vio nadie ha visto nada”. Por las
noches, de lunes a lunes, los bandidos patrullan la zona “con las armas en las
manos”. Algunas veces se espantan y con puntualidad llega la policía. Allí
montan ellos el otro espectáculo: detener inocentes para picar lo de la cena.
Porque, ¿sabe como é?
Todo ello es, con todo, nada. Si lo comparamos con la banda criminal
que asesinaba choferes para despojarlos de sus vehículos, desaguarlos por
piezas o meterlos de contrabando y venderlos en Haití.
Esa banda de ladrones asesinos operaba en la región oriental del
país. Su forma de operar delatan los rasgos patológicos de esos verdugos, de
esos monstruos.
¿Cómo se descubrió la pandilla? Pues por pura casualidad. Uno de los
bandidos fue investigado por el asesinato de un hombre que apareció con un
block al cuello en el río Higuamo, en San Pedro de Macorís.
Una cosa llevó a la otra. Las confesiones del bandolero condujeron a
los investigadores policiales al pozo convertido en fosa común para quienes
resistían el atraco. Las víctimas eran arrojadas vivas al pozo, no sin antes
cubrirles las cabezas con bolsas plásticas. Mientras caían al fondo sus cuerpos
se desgarraban con las paredes del agujero.
Como ya se dijo, tanto el Ministro de Interior y Policía, como el ex
jefe de la Policía Nacional, aseguran que el supuesto auge de la delincuencia
es pura percepción. Sin embargo, el recién designado jefe del cuerpo del orden,
declaró que hemos pasado de la delincuencia pura y simple a la epidemia de la
delincuencia. No obstante, dejó caer la gota fría: la contradicción de que los
actos delincuenciales vienen reduciéndose.
¿Qué creo? O es una cosa o es la otra.
Y la otra cosa es que si seguimos tratando de tapar el sol con un
dedo, pronto llegaremos a una pandemia de la delincuencia. A Dios que reparta
suerte.