RAFAEL PERALTA ROMERO
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RAFAEL PERALTA ROMERO |
El discurso contra el
crimen ha tomado un giro lamentable. La declaración del jefe de la Policía Nacional, Manuel Castro
Castillo, acerca de la superioridad del
crimen organizado con respecto de las autoridades, se torna necesariamente en
un elemento perturbador. Es la forma de admitir algo que se ve: estamos en
manos del enemigo.
El abogado José Jordi
Veras, sobreviviente de un atentado criminal, ha dicho que aunque los autores
del hecho estén condenados y en prisión no se siente seguro. Fue desde una
cárcel de Santiago que el sujeto diabólico que quiso eliminar al hijo del
doctor Negro Veras perpetró sus gestiones macabras.
Francisco Domínguez Brito,
procurador general de la República, reveló la tenebrosa estadística según la
cual 576 personas fueron asesinadas con armas de fuego durante la primera mitad
de 2014. ¿Será, como dice Castro
Catillo, que esto ocurre por falta de
visión, diseño de estrategia y estructura especializada?
El control, si no
erradicación, de la criminalidad es una necesidad urgente que bien cabe en
el capítulo “corregir lo que está mal”,
proclamado y prometido por el presidente
Danilo Medina durante la campaña electoral.
El creciente desarrollo del crimen como oficio entra en lo que está
mal y tiene en zozobra la conciencia nacional.
Siempre habrá homicidios, siempre habrá riñas. De vez
en cuando un hombre de bien se indignará y se verá precisado a incurrir en una
acción impropia de su perfil. Ese hombre
mata a alguien en defensa propia o de su familia, por la preservación de su
patrimonio o por la salvaguarda de su honor. Y por las libertades públicas
también.
El sujeto involucrado con el crimen organizado mata por la espalda a una persona porque por ello recibirá una paga. El
matón contratado no da la cara ni se enfrenta a nadie de igual a igual. El de
sicario es, sin duda, el quehacer más degradante en que puede incurrir un individuo. Ni
siquiera la venta de sexo le es comparable.
Quien mata por paga, como
quien manda a matar, son espíritus dañados que a lo sumo podrían ser útiles
para las prácticas de los estudiantes de medicina en las universidades. Según el caso,
los ejercicios de aprendizaje pueden ser en psiquiatría, pero más provechoso será usarlos en anatomía descriptiva.
Hay que persistir en el propósito de cambiar esta
situación. Y cuando se modifique el Código Procesal, igualar las penas del que manda a matar con las del ejecutante. Vale parafrasear los versos de sor
Juana Inés: “Cuál es más de culpar / aunque cualquiera mal haga/ el que mata por la paga / o el que paga por matar”.