La sobrina de la reina Sofía siguió la tradición que inició su madre, la
reina Ana María, de adornarse con las dos joyas, para darle el ‘sí, quiero’ al
arquitecto canario Carlos Morales.
POR CÉSAR ANDRÉS BACIERO Vanity Fair
La primogénita del derrocado Constantino II de Grecia contrajo
matrimonio con el arquitecto canario Carlos Morales el 9 de julio de 1999. Para
pasar por el altar de la catedral ortodoxa de Santa Sofía de Londres, la
princesa Alexia confió en la aguja de Inge Sprawson. La modista favorita de su
madre, la reina Ana María, confeccionó para la enamorada un traje de novia
recto con escote pico y manga larga del que nace una sobrecola bordada antes de
extinguirse, mucho menos aparatosa que la que Petro Valverde había creado para
la infanta Elena, prima de la contrayente, cuatro años antes. En el vestido
destacan, como únicos adornos, los botones enriquecidos con abalorios cosidos
en los puños y la espalda.
Una pieza discreta, sencilla y atemporal (un real cliché) con el que la
sobrina de la reina Sofía y mejor amiga de la infanta Cristina cedió todo el
protagonismo a su tocado. Un arreglo formado por una diadema y un velo de su
familia materna. El manto, de encaje floral irlandés, lo estrenó su bisabuela
Margarita de Connaught en su boda con el futuro Gustavo VI Adolfo de Suecia en
1905.
La tiara, firmada por la joyería francesa Cartier, está montada con
diamantes que dibujan ocho volutas de laureles. Podría considerarse una versión
anterior y más fina de la diadema Cartier de la familia real española. Esa que
la reina Victoria Eugenia, prima carnal de la princesa Margarita de Connaught,
encargó en los años veinte a la citada firma francesa que le da nombre con los
brillantes y las perlas del cestillo de la casa Ansorena que su suegra, la
reina María Cristina de Austria, le había regalado cuando llegó a España para
darle el sí quiero al rey Alfonso XIII en 1906.
A la diadema de la princesa Alexia se la conoce como la tiara Jedive
porque fue el último virrey de Egipto, el jedive Abbas Hilmi II, quien se la
regaló a su citada bisabuela para celebrar su casorio. La pareja de tortolitos
se había conocido y enamorado (lo suyo fue un flechazo) en El Cairo. En 1920,
cuando la nieta de la reina Victoria de Reino Unido y emperatriz de India
falleció, embarazada de su sexto hijo, la joya pasó al cofre de su única hija,
la princesa Ingrid de Suecia.
El 5 de marzo de 1935, siguiendo el deseo de su difunta madre, la
heredera del manto y la diadema contrajo matrimonio con el futuro Federico IX
de Dinamarca con la melena cubierta por el velo. La tiara la había lucido en
unos retratos oficiales disparados cuatro años antes para conmemorar su 21
cumpleaños. A la reina Ingrid de Dinamarca la imitaron sus tres hijas, las
princesas Margarita, Benedicta y Ana María, cuando se enlazaron,
respectivamente, con el conde Enrique de Laborde de Monpezat, el príncipe Ricardo
de Sayn-Wittgenstein-Berleburg y el rey Constantino de los helenos. La reina
Margarita II de Dinamarca le prestó el manto a su nuera Mary Donaldson cuando
contrajo matrimonio hace dos décadas con el entonces príncipe heredero
Federico.
La reina Ana María de Grecia, princesa danesa de cuna, fue la primera
novia de la familia que combinó en su casorio, acontecido en 1964, la Jedive y
el velo de la abuela. Luego la siguieron sus hermanas, las citadas reina
Margarita II y la princesa Benedicta de Dinamarca; sus sobrinas, las princesas
Alejandra y Nathalie de Sayn-Wittgenstein-Berleburg; y su hija Alexia. La
princesa Benedicta explicó el práctico origen de esta tradición en el
documental De Kongelige Juveler (Las joyas reales): “Cuando se casó mi hermana
pequeña, Ana María, creo que mi madre pensó que sería adecuada para que la
llevara vestida de novia porque es muy bonita, ligera –no es pesada– y ella era
muy joven. Era adecuada. Y, por supuesto, como ella la había llevado, a mi
hermana mayor y a mí también nos permitieron hacerlo. Es maravilloso llevar la
diadema de tu abuela con toda su historia. Fue bonito, muy bonito”.